Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
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Acudir al diccionario de la Real Academia Española para conocer el significado y las distintas acepciones de las palabras es algo que te apasiona desde bien joven, porque eres consciente del poder del lenguaje, especialmente en el ámbito social. Y hoy te has asomado al vocablo diplomacia, que siendo la rama de la política que se ocupa del estudio de las relaciones internacionales, también se concibe como el conjunto de los procedimientos que regulan los vínculos entre los estados, o el servicio de estos en sus asuntos exteriores.
Sin embargo, es su significado coloquial de cortesía aparente e interesada, o su consideración como habilidad, sagacidad y disimulo, el que en estos momentos te parece relevante recordar, no sólo a nivel personal, sino en el marco de las interacciones que mantenemos con los demás, con otras instituciones y con otros estados. Los conflictos que nos rodean ya son los suficientemente preocupantes para que nos olvidemos de las formas, de manera que por torpeza, que es el antónimo de lo que buscamos, entremos en batallas que no llevan a ningún sitio, salvo a reafirmarnos en nuestras convicciones, que está bien que las tengamos, pero que no es necesario imponerlas, por más que tengamos la posibilidad de hacerlo.
No nos tiene que gustar todo ni todos, ni tenemos que agradar en todo y a todos, y aprender esto es una de las lecciones que te van enseñando los años. Pero la madurez debería conllevar, especialmente en un sistema político como el nuestro, que es una democracia plena, la puesta en práctica del respeto hacia el otro, que es un adversario, pero no un enemigo, y al que hay que tratar de convencer más que de vencer, porque no se trata de un juego, sino de la vida de quienes te deberían importar.
En un mundo ideal, apoyarías cualquier iniciativa que conllevara un bien para quienes te rodean, aunque proceda de alguien con quien no compartes convicciones, creencias ni planteamientos. E incluso si no te pareciera adecuada en alguna de sus partes, valorarías el conjunto, que al final hay más cosas que nos acercan que las que nos separan. Bajar a la arena a debatir no lleva más que a mancharse con el barro, y aunque lo que de verdad importa es el fondo de las cuestiones, el estilo y la imagen que se transmite puede empañar el objetivo más sublime, por mor de olvidar el tacto, la delicadeza y el tiento, la sutileza de la diplomacia.
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