José Manuel Palma

¿Cuántas veces tengo que perdonar?

18 de mayo 2014 - 01:00

SEÑOR, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?" A lo que le contestó Cristo: "No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mt 18, 21-22).

La enseñanza judía era que uno debía perdonar a su prójimo tres veces. Un maestro judío enseñaba que "El que pide perdón a su prójimo no debe repetirlo más de tres veces"; otro enseñaba: "Si uno comete una ofensa una vez, se le perdona. Si comete una ofensa una segunda vez, se le perdona. Si uno comete una ofensa una tercera vez, se le perdona. Pero la cuarta vez, ya no se le perdona".

Sobre esta base entonces vemos a Pedro muy animado y seguro de sí mismo, planteando a Cristo un estándar nuevo en su pensamiento sobre el perdón. Es como si le estuviera diciendo, "Señor los maestros enseñan que hay que perdonar tres veces, pero yo tengo una enseñanza nueva que puede cambiar al mundo y hacerlo mucho más compasivo… A partir de hoy, voy a perdonar siete veces al que me cause algún daño".

A simple vista parecería algo tremendo y digno de imitar. Quizás a los ojos de los demás discípulos el desafío de Pedro era heroico. Y quizás para nosotros mismos a día de hoy. Sin embargo, Jesús elevó el desafió no a un número determinado de veces, sino al nivel del perdón de Dios.

¡Pero claro! Esto es lo que dice la religión. Pero la realidad nos enseña que eso no es viable. Pues bien. Para que vean que la fe hunde sus raíces en la naturaleza humana, me apoyo en la celebérrima psicóloga Mª Jesús Álava Reyes, para ver los frutos del perdón para con el prójimo y para con nosotros mismos.

El perdón a nosotros mismos, según apunta esta experta en Psicología clínica, nos proporcionará el equilibrio que tanto necesitamos. Y el perdón a los demás nos liberará de la tensión y del desgaste que provoca el resentimiento. Aprender a perdonarnos es aprender a vivir. La vida sin perdón es el fracaso del ser humano. Perdonarnos nos hace más seguros. El fracaso llega cuando no somos capaces de perdonarnos por aquellas cosas que podríamos haber hecho mejor.

Si nos perdonarnos por las decisiones que tomamos en el pasado y dejamos de sentirnos culpables por las difíciles situaciones que vivimos en el presente, tendremos fuerzas para rectificar hoy lo que hicimos ayer. El pasado no lo podemos cambiar, pero el presente sí que depende de nuestra voluntad.

Hoy, erróneamente, mucha gente piensa que solo triunfan los insensibles y los egoístas, y, por ello, han decidido anestesiar sus emociones. Y no es así. El perdón nos devuelve la paz y la tranquilidad. Debemos ser indulgentes con nuestros errores; especialmente, cuando no ha habido maldad ni egoísmo, cuando no hemos querido engañar ni abusar de nadie, cuando inmediatamente hemos reaccionado y hemos intentado reparar el daño causado. Pero sobre todo, debemos perdonar a los demás, no por hacerles un favor, sino para desterrar su influencia sobre de nuestra vida.

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