A Vuelapluma
Ignacio Flores
Los míticos 451º F
Ese día se había tomado un descanso, el ajetreo diario le tenía agotada. Desde su posición podía distinguir el paisaje, y disfrutar de las vistas que le ofrecía ese lugar privilegiado, la vida discurría a sus pies y nada le podía molestar. Observó como una suave bolita de color amarillo corría extenuada perseguida por una niña que pretendía atraparla. Pronto encontró refugio en un rincón escondido y la pequeña siguió con sus juegos, ahora distraída por el vuelo de una mariposa de múltiples colores que se había posado sobre un cañizo. Escuchó que hablaba con alguien que por su aspecto podía ser su abuela, le dio un pequeño cesto de caña, y juntas se dirigieron a un huerto cercano donde la niña intentó llenarlo con los minúsculos tomatitos que se derramaban en rastras por las ramas, como si de un collar de coral se tratase. Escuchó el piar confiado de aquel pollito que se escondió de la pequeña, y que ahora al sentir lejos el peligro, había vuelto a salir de su refugio para disfrutar de los rayos del sol que le atraían como un imán. Pronto desvió su mirada hacia una llanura en la que dos zagales pretendían volar una cometa. El artilugio era una obra de filigrana, confeccionado con telas de múltiples colores, y luciendo una larga cola adornada de lazos de igual colorido. Sin embargo la cometa caía una y otra vez contra el suelo, deformándose cada vez más ante los gritos impotentes de los niños, que no conseguían que alzase el vuelo. Al momento se acercó a ellos un hombre de aspecto maduro y cabello blanco, que cogiendo la cometa entre sus manos, la examinó y con toda la paciencia del mundo se dispuso a arreglar su maltrecha cola, y los bordes deformados por los continuos golpes sufridos. Se subió al lugar más alto, y con sabia experiencia fue soltando el hilo conforme la cometa iba ganado altura, a su lado los niños gritaban alborozados. De repente algo, llamó su atención, la niña que dejó en la huerta cogiendo los tomatitos, ahora acariciaba con sus manitas a un pollito confiado que no dejaba de piar, bajo la atenta mirada de la abuela. Mientras tanto, el sol había ido declinando y se sobresaltó, hoy no había hecho su tarea. La verdad es que después de esa jornada de asueto y agradables experiencias, sentía un poco de compasión por todos aquellos desgraciados a los que tendría que visitar hoy, pero así era la vida. Se puso el traje de faena, y con pereza agarró con fuerza su guadaña, ya escuchaba la explosión de las bombas cayendo sobre la aldea que había estado observando todo el día, le sobrecogía la dureza del corazón de los humanos, quizá hoy le tocase a esos niños…o a sus abuelos… Qué sabe nadie!
También te puede interesar