Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Los concejales de la capital volvían el día 11 de forma presencial al salón de plenos del Ayuntamiento para debatir sobre "El Estado de la Ciudad". Una sesión que debe servir para testar el potencial y las debilidades de la capital año tras año, a la vez que permite al equipo de gobierno hacer una loa de su trabajo y a la oposición incidir en aquellos aspectos en los que las cosas se pueden hacer mejor o, simplemente, no se están haciendo con la celeridad, la coherencia, el equilibrio y la capacidad que se requiere en estos casos.
Es bueno y saludable escuchar a unos, quienes gobiernan, relatar el camino triunfal por el que serpentean y a aquellos que hacen oposición dibujar una ciudad, dependiendo a quien escuches, en la que el Apocalipsis está a punto de producirse. Ya les digo que ni una cosa ni la otra.
Cualquiera que analice con la cordura, la lucidez, la sensatez y la mesura necesarias, advertirá que la capital ha vivido, como el resto del mundo, uno de sus peores años por la incidencia del coronavirus entre quienes la habitan. Una incidencia, que ha tenido sus altibajos, y en la que el Ayuntamiento ha tratado, como el resto de administraciones, de paliar en la medida de lo posible las dificultades por las que muchos de los colectivos han pasado. No se trata, creo que no es el camino, de ensalzar los aciertos, que han sido muchos, ni los errores, que también se pueden encontrar a poco que escarbes.
La capital está inmersa en la salida de la crisis del coronavirus. Una salida que requiere del trabajo de todos, sin excepción; sumando ideas, proyectos y apuestas que se orienten a lograr la ciudad que queremos, conocedores de las potencialidades de las que disponemos. A partir de ahí trabajar en resolver aquellos endemismos enquistados y que tanto nos cuesta voltear. A saber. No es razonable que el tren lleve dos años sin entrar a la ciudad, como tampoco lo son los retrasos del AVE. Disponer unas comunicaciones modernas es un reto que todos pueden asumir, da igual la ideología, con la mirada puesta en el futuro de esta tierra. El agua quizá es nuestro principal problema. De cómo se garantice el suministro urbano y el de riego para crecer en agricultura depende una buena parte de nuestro futuro. No entiendo como se pone en duda poner la desaladora a plena producción, con garantías claro está, de que no afecta a los acuíferos de la parte baja de la vega. El agua desalada es futuro, es crecimiento, es sostenibilidad y es independencia de nuestros vecinos. Aquí todos, sin excepción, han de poner en práctica sus artes pactistas para caminar en una sola dirección. Y llegados a ese punto, continuar en la senda de prestar los mejores servicios, que vayan desde el centro a los barrios, como una onda expansiva. Si se logra será un trabajo de muchos. Carácter y capacidad tenemos para ello. No nos diluyamos en pequeñeces.
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