Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
opinión
UN señor de unos 70 años de edad viajaba en el tren, teniendo a su lado, como compañero de vagón, a un joven universitario que leía su libro de ciencias. El caballero, a su vez, leía un libro con la portada de color negro. El joven se percató de que aquel libro de pastas oscuras era la Biblia.
Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del anciano y le preguntó: "Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos?" A lo que respondió su interlocutor: "Sí. Pero no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado?"
Con aire de condescendencia, el universitario le espetó: "Pues claro que lo está. Creo que usted debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión. Solamente personas sin cultura creen aún que Dios hizo el mundo en siete días, o cosas así. Usted debería conocer un poco más acerca de los descubrimientos obtenidos por nuestros científicos y lo que dicen de todo eso".
El anciano, con gesto de sorpresa, preguntó: "Y.., ¿es eso mismo, lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia. Que este libro es un cuento?". El joven, con una sonrisa irónica en su rostro, le dijo: "Bien, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle. Pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia".
El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho. Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose más simple que una ameba. En la tarjeta decía: Profesor Doctor Louis Pasteur. Director General del Instituto de Investigaciones Científicas de la Universidad Nacional de Francia.
Este hecho, que data de 1892, se recoge en la autobiografía del Dr. Louis Pasteur, quien afirmaba que "un poco de ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima a Él". Se podría afirmar que nuestro protagonista hizo suyo aquel refrán que reza: "El mayor placer de una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente".
Es quizás la mejor definición aplicable a más de un profesor o "intelectualoide" de tres al pelo, que adoctrina las conciencias de infantes y jóvenes con una patulea de opiniones, que adolecen de ciencia y están sobradas de ideología anticlerical. "Idiota", según el diccionario, es alguien "engreído sin fundamento para ello". La vida misma: individuos encumbrados en su estupidez que, vertiendo sus opiniones en conciencias ajenas, alejan al pueblo de Dios y de la Verdad. Ya lo avisaba esa Biblia despreciada por el joven, en el Antiguo Testamento; concretamente en el libro del Eclesiastés 1,15: "Stultorum infinitus est numerus": el número de los tontos es infinito.
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