Inmaculada Urán / Javier Fornieles

Celia Viñas (y 3)

A Son de Mar

La alegría con que se entrega al trabajo impresiona aún más cuando reparamos en la austeridad con la que vive

24 de junio 2020 - 02:31

Nos gustaría dar un último apunte sobre la Celia Viñas que aparece en las cartas a su familia, editadas por Francisco Galera y publicadas por la Diputación. Hemos señalado su capacidad para captar lo que había de positivo en aquella pequeña ciudad de los años cuarenta, en cada ser humano. Y la sorpresa que provocan sus avanzadas ideas sobre cómo relacionarse con los alumnos y cómo enseñar lengua y literatura.

Celia Viñas fue, sin duda, una mujer de múltiples facetas. Pero si tuviésemos que destacar un rasgo, ¿cuál sería? A mi marido le llama la atención el coraje y la habilidad personal para vencer los recelos de las autoridades y los prejuicios sobre la mujer. Pero a mí me impresiona más otra faceta. Hay que preguntarse por qué vino aquí pudiendo elegir otro destino. Lo hizo, y así nos lo indica, porque Almería no era una ciudad cara. Desde el primer momento la mitad de su sueldo lo destina a su familia. Hay otras hermanas y ellas deben tener también la oportunidad de ir a la universidad y de estudiar en Barcelona. La alegría con que se entrega al trabajo impresiona aún más cuando reparamos en la austeridad con la que vive. "No vivo para mí", se queja, a veces, mientras busca, incansable, nuevas formas de ayudar a su familia o a sus alumnos. En sus cartas nos cuenta cómo ajusta los gastos aunque necesita medias nuevas o reparar las suelas de sus zapatos. Le hubiera gustado doctorarse, pero resultaba imposible mientras sus hermanas dependieran económicamente de sus padres y estos pasasen apuros.

Cuando decida casarse, no puede extrañarnos que lo haga con un maestro con el que, en vez de pasear, se queda a estudiar y que da clases en una academia para costear la boda de su hermana. Lo tiene claro: debe ser una buena persona si se sacrifica así por su familia.

Se trata, sin duda, de otro mundo, de otra época. Con sus luces y sus sombras. Su muerte tan temprana conmovió a todos y aún impresiona ver las fotos del féretro llevado por sus antiguos alumnos en aquel mes de junio. El recuerdo perduró e hizo que el claustro solicitara dar su nombre al instituto que hoy lo lleva. No fue desde luego una petición injustificada. Conviene recordarlo -sobre todo en estos tiempos de talibanismo cultural- cuando pasamos por la puerta del Celia Viñas: la energía y muchos de los valores que nos trasmiten sus cartas siguen siendo hoy muy necesarios.

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