12 de agosto 2023 - 00:00

Su nombre tiene el sabor a caramelo dulce de zapote con una textura más suave. Caimito es un podenco que dobla mi peso y me iguala en altura. Ninguna de las dos cosas son meritorias, salvo que tengas cuatro patas en lugar de piernas y la cola te cuelgue por detrás además de que te baile entre las extremidades inferiores. Ladrar ya no es cosa de perros. La lealtad, por el contrario, describe más a un canino que a un humano. El sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien, es de los valores más en desuso que impera en la sociedad del Instagram. La imagen de escaparate, el postureo, el perfecto diente blanco que dibuja un semicírculo en los labios de vidas vacías, secas y díscolas que venden a base de filtros subidos en yates alquilados con regateo por horas y con poses de morros operados mostrando el mejor perfil, el bueno. Eso son los réditos actuales. Con los que crece mi hija. Esos. En el mismo colchón que duermo hace años sigo teniendo las mismas virtudes y algún que otro defecto más. Solo ha cambiado en mí la forma de mirarme de otros. Es lo único que puedes modificar en alguien, la manera de verla. No es tarea sencilla mantener la integridad en un ambiente corrupto, pero los ansiolíticos no hacen efecto alguno en una conciencia intranquila. El acostarse con un raciocinio justo es la mejor almohada que hay. Y yo, que duermo poco, aquella noche no quería cerrar los ojos. La luna reflejada en el agua iluminaba más que los farolillos de las mesas. La carta no era muy halagüeña. Picantes, cebolla, cilantro. Solo pensarlo me daba un brote, pero no me detuve a pensar. Mi voluntad afirmativa considerada como la capacidad de posponer la merecida recompensa, consiguió fulminar los pensamientos intrusivos y, que de entre los entrantes, resaltaran las quesadillas simples de jamón y queso como si de una gamba de Garrucha se tratase. Era el complemento ideal para acompañar en la cena. El verdadero manjar era la compañía. El pelo lo tenía más alborotado que el chucho que a esas horas de la noche ya sollozaba estirado debajo de la mesa. Su mente también estaba en paz. Sonreía dejando mi nombre descansar en una “i” larga, inversamente proporcional a lo corta que se antojó la velada con regusto a México y olor a Loewe. Caimito tenía mucho que correr, a pesar de roncar en el asfalto del suelo. Otros ya no asustan con su alarido de susurro en forma de puñal. Muerto el perro se acabó la rabia. No recuerdo quien sentía más sensación de felicidad, si mi estómago o mi cabeza, ambos son celebros sin incendios que apagar. La brújula seguía guiando al norte para no perdernos. Se apostó y salieron pares. Venció el quiero la guerra del puedo, o fue al revés, lo cierto es que se ganaron unos minutos de magia a solas entre la multitud.

Con R de Reina.

stats