Cajeros en los pueblos y el dinero en efectivo

Dinero contante y sonante, dinero en metálico, del que suena y parece, sólo parece, que tiene más valor que el digital

28 de enero 2024 - 07:00

Los nuevos tiempos digitales han traído avances notables, objetivos impensables y tecnología al servicio de los humanos. Pero no todo puede ser bueno. En la banca por ejemplo, se pasó de contar con una oficina en cada esquina y en la mayor parte de los pueblos a cerrar sucursales. Ir a ventanilla hoy es una rareza y ni les cuento tener una cartilla y ponerla al día. Una nueva normalidad asumida por todos, pero en la que muchos se han quedado en el camino.

Una buena parte de los mayores han perdido un tren para el que no estaban preparados. Han pasado de conocer el expreso que nos llevaba a Madrid en segunda, primera, literas o coche cama para los más pudientes, a tener que coger un tren bala del que no conocen ni cómo se abre una puerta. Valga el símil para entender a qué se enfrentan quienes cada mes cobran su pensión, se la ingresan en el banco y el día dos ya están en la oficina sacando parte del dinero para poder hacer la compra, tomarse un café o echar la partida en el bar de la esquina.

Dinero contante y sonante, dinero en metálico, del que suena y que parece, sólo parece, que tiene más valor que las operaciones que hoy hacemos por el móvil o por el reloj digital. La normalidad para casi todos, pero una cuesta empinada para aquellos que llegan tarde a este mundo y al que tampoco quieren, -tienen sus razones- y su lógica, subirse.

“Soy viejo, no idiota” es la campaña que en su día lidero Carlos San Juan, de 78 años, ante el hartazgo y contra la deshumanización de los bancos. En esa línea, más suave si quieren, desde la Diputación de Almería, con criterio, personalidad y conscientes de las necesidades que existen en los pueblos, se ha buscado acercar los cajeros a aquellos en los que ya no hay oficinas. Una oportunidad para que quienes viven en localidades pequeñas, con una pirámide de población longeva, mantengan su dignidad a flote y, lo que es más importante, puedan cubrir sus necesidades básicas de efectivo.

No hay nada, entiendo, como sentirte realizado y satisfacer tus necesidades más primarias. Y una de ellas es tener dinero para poder pagar la adquisición de productos alimenticios, tomar una cerveza en el bar o pagar un café a los compañeros cuando lo has perdido en la partida de dominó del centro de la tercera edad. Dignidad por encima de cualquier cosa; dignidad que mantiene el status de persona al margen de la globalización que todo lo arrasa y todo lo embrutece y empobrece, en la búsqueda de un falso desarrollo que arrastra con todos aquellos que no con capaces de mantenerse a flote. Un camino de desarrollo, sin duda, pero que queda muy lejos de una sociedad estable, preparada y saludable, en la que lo importante no es cuánto se crece, si no cómo se crece y a costa de quién se crece. Otra cosa son paparruchas deshumanizadas.

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