La Tapia con sifón
Antonio Zapata
Pimentón en Nochevieja
Acomienzos de semana se cumplieron 20 años de los atentados de Madrid. El 11 de marzo de 2004 nos despertábamos con noticias confusas y preocupantes, que anunciaban varias explosiones en trenes de cercanías del corredor del Henares. Eran las ocho menos cuarto de la mañana y los trenes iban repletos de gente que, como todos los días, se dirigía a sus diferentes ocupaciones.
La confusión inicial se fue transformando primero en estupor, por la dimensión de la tragedia, y luego en una mezcla de solidaridad y rabia colectiva. La ciudadanía de Madrid se volcó de una forma impresionante: las fuerzas de seguridad del estado, los sanitarios de todos los hospitales, los taxistas evacuando heridos, la gente haciendo donación masiva de sangre… una reacción general y espontánea digna de estudio y que dice mucho de la sociedad en la que vivimos.
La rabia se acrecentó en los días siguientes, con las versiones interesadas y torticeras del gobierno de Aznar, que trató de atribuir los atentados a ETA con la intención de sacar rédito político en las elecciones que debían celebrarse el día 14. Pero a partir del día siguiente ya había indicios y pruebas de que el origen era yihadista, a pesar de lo cual siguieron insistiendo en el error y la mentira, cosechando una derrota electoral que propició la llegada del socialista Zapatero al gobierno. El lunes pasado todos los medios de comunicación recordaban esa fatídica fecha. Volvíamos a escuchar las llamadas de auxilio, el sonido de los móviles en las mochilas sin dueño, las sirenas de las ambulancias, los gritos de dolor de familiares, los testimonios desgarradores de los testigos, las explosiones controladas, el asalto a la vivienda de Leganés… una sinfonía del horror y la barbarie. Y, por desgracias, también aparecieron quienes se siguen empeñando en mantener las teorías de la conspiración, demostrando una miseria mental que debería ser objeto de preocupación por su parte.
Nada se puede hacer para cambiar el pasado, para retrasar el tiempo y volver al día 10 de marzo, o a unos minutos antes de las explosiones, y tener la capacidad de alterar los acontecimientos. Lo único que podemos hacer es rendir homenaje y respeto a todas las víctimas, honrar su memoria, estar al lado de sus familiares y acompañarlos es su dolor y su recuerdo. También podemos invocar un deseo, que nunca más vuelvan a repetirse actos similares, que no tengamos que soportar otra vez tanto sin sentido y tanto dolor.
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