Pues yo lo veo así
Esteban Requena Manzano
Tergiversaciones agrevivas
La despoblación de los pueblos de interior es el gran quebradero de cabeza de las administraciones públicas. Todas ellas, nacional, regional y provincial, buscan soluciones a un problema complejo, en el que confluyen tantos factores que es difícil abordar uno sin que los flecos de los demás se deshilachen en la misma medida que un río se desborda tras una tormenta de verano.
Se preguntaba el gran Joaquin Sabina en una de sus magnas composiciones “Como de digo una co, te digo la o” (les aconsejo que la escuchen si no lo han hecho alguna vez) que “el problema vasco es muy delicao. ¿Es que todos los vascos son de la ETA?, Pues no. Habrá unos que sí, y otros que no”. Algo similar ocurre, salvando las distancias, con la Almería vaciada. Son tantos y complejos los problemas que lo han provocado que taponar vías de agua es una apuesta valiente, aunque la sensación que me deja es más un ejercicio de voluntarismo político que otra cosa.
Viene todo esto a cuento del esfuerzo, loable, que la Diputación de Almería va a hacer el próximo año en este campo. En Benitagla, un pueblo de 54 vecinos, va a tener un bar. El centro de reunión que cualquier vecindario necesita si de verdad quiere subsistir y luchar en esta batalla contra el olvido y la desertificación humana que supone el abandono de viviendas y el cierre de cualquier actividad.
No se trata de hablar de inversión, sino del esfuerzo económico que una administración como la provincial va a hacer por mantener viva la actividad en Benitagla. Los “bares, que lugares”, que dirían los Gabinete Caligari, son el exponente perfecto de la vida, la expresión máxima de la cotidianeidad, centro de reunión, lugar de la partida, el centro mediático...todo. Otra cosa es que con 54 vecinos, a los que debemos sumar a aquellos que, perdidos, lleguen al pueblo el fin de semana o a diario, se acerquen a tomar unos vinos y a tapear. Tratar de dar vida sí, pero el beneficio económico parece que no va a ser exagerado, por lo que aquel o aquella que coja las riendas del negocio ya sabe a lo que se expone, a no ser que desde la administración se le pueda ayudar. Una apuesta que yo apoyaría.
El pasado verano, en un viaje por la Galicia de interior, acabé en un pueblo de Lugo, a orillas del río Miño, una belleza sin igual, en el que vivían los mismos vecinos que Benitagla. Cuidado, con hórreos diseminados cada cien metros y una pradera verde para soñar despierto. Al lado de lo que en su día fue un abrevadero de animales, un local sin cartel daba la bienvenida a los turistas y vecinos con una piedra de molino en la puerta, en la que una abuela, más de ochenta años seguro, que apenas hablaba castellano, mantenía viva la ilusión de sus paisanos sirviendo Estrella de Galicia, y chatos de Albariño y Ribeiro, a precio de ganga y como tapa cacahuetes. Era, es, el homónimo del bar que Benitagla quiere ahora abrir.
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