Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Con la ética y la moral no se juega. Tampoco con las cosas del comer. Y estropicio mayor es reunir una y otra improcedencia, para que resulten afectados el bolsillo y el estómago. Por eso destempla leer o escuchar referencias sobre la alimentación ética, o moral, cuando sería más disculpable, si acaso, tener en cuenta una ética, o una moral, de la alimentación. Suelen ser comprensibles las buenas intenciones, aunque empiedren los caminos del infierno si no se acompañan de las obras consecuentes. De ahí que el bienestar animal, la protección ambiental o el consumo de alimentos con producción cercana sean opciones sensatas. Si bien, cuando se exacerban, pueden acabar en la contradicción, por no decir que la moral deviene en moralina. Valga la muestra de defender el consumo de carnes sintéticas, que desplaza, y hasta reprueba, la gustosa ingesta de un chuletón de ternera, por confundidos preceptos de la alimentación moral. O la de poner pocos reproches a la cría intensiva de saltamontes y langostas -insectos, que no crustáceos, estas-, para sustituir en la dieta a otros animales que parecen merecedores de mayor bienestar en su crianza. Argumentos hay, sin embargo, más fundados y pertinentes, como los que pueden referirse a La venganza del campo, título del ensayo reciente (Almuzara, 2023) de Manuel Pimentel, ex ministro de Trabajo que recuerda al patricio y cónsul romano Cincinato, cuando este supo dejar la política y volver al arado en las faenas agrícolas de su finca. Ya que el arado del ex ministro es tan aproximadamente real, por su condición de ingeniero agrícola, como metafórico, pues empuja con brío el arado de su labor editorial, de manera que el ensayo reúne una y otra condición. Sostiene el autor que “el campo se vengará, al modo bíblico, con escasez y brutal encarecimiento de los alimentos, de la sociedad que lleva décadas despreciándolo”, además de formular una cuestión relacionada con las improcedencias antedichas: “Por qué el sector primario es pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer”. Acaso entre las razones esté la de resultar desplazada la ética social, como categoría mayor, ante la inoportuna y poco recomendable pujanza de una alimentación ética, por bienintencionado que parezca el apellido.
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