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Los más veteranos recordarán las novelas de Fernando Vizcaíno Casas, un escritor del búnker y abogado de artistas que se hizo de oro con best-sellers como , ¡Viva Franco! (con perdón), Niñas... ¡Al salón!, Las autonosuyas, La boda del señor cura, o la que fue su mayor éxito ...Y al tercer año resucitó (se refería al dictador). Vizcaíno Casas pertenecía a la muy noble tradición de la literatura humorística española, en la que siempre resaltaron los llamados escritores de derechas (por usar una etiqueta que nos tranquilice a todos), con cumbres como Edgar Neville, Jardiel Poncela o Julio Camba. Aunque del búnker (que era como hermosamente se llamaba al sector más involucionista del franquismo), Vizcaíno Casas no respondía al tópico del ogro. Más bien era un cachondo con talante liberal, pero también con un pétreo sentido de la lealtad que le hizo permanecer fiel al dictador más allá de la tumba. Una vez, en una mesa redonda universitaria, recibí agrias críticas por decir que don Fernando se había adelantado en décadas a Podemos en sus críticas a eso que luego han llamado el “régimen del 78”. Efectivamente, Vizcaíno Casas vio la Transición como un mamoneo infinito, un pacto entre aprovechados y sinvergüenzas de derechas e izquierdas que se repartieron el cotarro. Vamos, la historia de la humanidad.
Es curioso como ese discurso, que tuvo más seguidores en la derecha que en la izquierda de los años setenta y primeros ochenta, haya sido el adoptado finalmente por la progresía contemporánea. Y es curioso que, cincuenta años después, el líder de la izquierda, Pedro Sánchez, haya resucitado a Franco, cuando su gran venganza hubiese sido el olvido más completo. Gracias a Sánchez, Franco está más vivo hoy que nunca en el corazón de los españoles, y no siempre de una forma negativa. El otro día había que leer la crónica de un periodista al borde del patatús porque en una excursión de un instituto público (¡público!) al Valle de los Caídos los alumnos habían terminado cantando el Cara al sol y ondeando banderas con el pollo. Era más que imaginable que sucederían cosas así. ¿No canta Sánchez la Internacional, himno con el que se llevó al exterminio a millones de personas?
Hasta el más torpe sabe que los fastos de los cien actos por la victoria de la flebitis contra Franco no son más que un intento de Sánchez para distraer la atención sobre otras cuestiones y mantener vivo el enfrentamiento entre españoles, que tan buenos réditos le da al presidente del Gobierno. Pero todo ha empezado a tomar un divertido tono de patochada. En resumen: tiro y culata.
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