¿Cuánto vale?

La Segunda División es una categoría difícil de explicar y complicada de entender. Es la antesala de la élite del fútbol español, pero no actúa como tal. Las imprecisiones se mezclan con las malas decisiones; las malas decisiones con errores técnicos; los errores técnicos con lagunas tácticas. Y todo ello con arbitrajes desesperantes. Cuando uno se dispone a ver un partido de la categoría de plata asume que vivirá un sinfín de pérdidas de tiempo, interrupciones y tosquedad con la complicidad del colegiado, tan metido en el fango como el propio futbolista. Por eso, cuidar las flores que crecen en este manto grisáceo y espeso es una necesidad. El 1-3 del Almería en Ferrol fue de esas jugadas que te dejan en paz y te reconcilian con este deporte. Luis Suárez recuperó el balón tras apretar a Nacho. El racinguista, fruto del ímpetu del colombiano, se fue al suelo, pero, milagrosamente, el árbitro, siempre ansioso por sancionar el más leve contacto del atacante contra el defensor, no señaló falta. Porque no la hubo, claro, pero esto, la mayoría de veces, da igual. Suárez continuó su conducción, levantó la cabeza, en el segundo detalle atípico de la jugada, y vio a un compañero desmarcándose. Era Arribas. El delantero, justo en el momento preciso, nos ofreció un pase milimétrico. Tercera rareza. El esférico le llegó al mediapunta rojiblanco que, en una maniobra sublime, dejó sentado al portero y lo colocó en la red. Definición excelsa. Cuarta anomalía. La perfección de principio a fin. Ninguna faltita. Ninguna mala decisión. Ningún control impreciso. Ninguna definición ridícula. Sobresaliente. Y no es casualidad que lo protagonizasen estos dos futbolistas. Ahora suenan cantos de sirena en torno a Luis Suárez, que llama a las puertas de algo mejor que esto. El Assy lo tasó en la veintena de millones. Sin embargo, habría que preguntarle al egipcio cuánto vale un ascenso. Porque, si el nueve se marcha, quizá el castigo deportivo sea más relevante que el premio económico.