Las tumbas de las flores amarillas

02 de noviembre 2024 - 03:09

En el cementerio de Olula del Río hay dos tumbas que todas las festividades de los Santos desde hace 23 años lucen flores amarillas. Allí se encuentran enterrados Cano y Livi. La historia de su desgracia se remonta al fatídico puente de diciembre de 2001.

-Paco, ¿vas a venir para el pueblo aprovechando el puente y salimos de fiesta?, preguntó unos días antes de la tragedia Cano a un buen amigo.

-No lo tengo previsto porque la Navidad está a la vuelta de la esquina y seguramente vaya entonces, respondió Paco, estudiante de último curso de Periodismo en la Universidad de Málaga.

Apenas unos días después María Belén, la pareja de Paco, recibía una llamada telefónica que le helaba la sangre. Sus amigos habían fallecido en un terrible accidente de tráfico.

Cuentan quienes los vieron aquella fría noche otoñal que estuvieron por un pub del pueblo y se les veía muy alegres. Llegada una hora, decidieron seguir con la diversión yendo a la vecina localidad de Tíjola. Livi, que conducía un Ford Escort, se había sacado el carnet en enero de 2000 a la misma vez que Paco.

Cano y Livi se despidieron de quienes había en el pub, subieron al coche y pusieron rumbo a Tíjola, pero el vehículo se salió de la vía en una curva cerca del paraje de Cuestablanca, a las afueras del municipio, con tan mala fortuna de que chocó de lleno contra un pequeño muro junto a un concesionario de coches.

El impacto entre la población fue brutal, dos veinteañeros se habían dejado la vida en el asfalto. Las muestras de dolor, grandes, y el entierro, multitudinario.

Solo unas semanas después Paco empezaba sus prácticas curriculares en un periódico de la provincia. Nada más entrar por la puerta acudió al archivo para ver cómo se había tratado la noticia. Una columna atestiguaba el accidente de tráfico con las dramáticas consecuencias.

Paco decidió entonces que cada 1 de noviembre y mientras la salud se lo permitiese en las tumbas de sus amigos nunca faltarían flores amarillas, alegres y vistosas, como ellos eran. Han transcurrido 23 años de esos sucesos y las flores siguen viéndose por el camposanto sin falta, por lo que muchos familiares y conocidos le preguntan por su tenacidad.

Paco solo responde que lo hace por amistad. No es del todo cierto. Lo hace principalmente por mantener viva la memoria de sus amigos, pero también porque recuerda que él bien pudo estar subido en ese Ford Escort cuando todo se acabó. Desde entonces los siente cerca, como ángeles de la guarda y, ya casado y con dos hijos, agradece todos los días por su vida.

PD: Paco es el autor de este artículo. “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene” (Mario Benedetti).

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