Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
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el poliedro
En un mundo mutante caracterizado por la profusión de mensajes falsos, tener cerca a gente que te provee de material decente y de origen trazable es un mirlo blanco y un privilegio. Seamus tiene orígenes norteamericanos, su madre lo era, y suele proveer de noticias y reportajes que con frecuencia tienen interés. Es un devorador de prensa en todo tipo de formato; por su edad no sólo maneja la tableta a tiro de wifi, sino que contiende en las cafeterías del barrio con otros amantes por la caza del periódico “de la casa” frente a café y tostada, siendo la mantequilla o el virgen extra los causantes de los lamparones que a media mañana ya ostentan las páginas impares, una pringue que acaba trasluciéndose a las pares: es inevitable para el lector de más allá de media mañana acordarse de los envenenamientos de la abadía de El Nombre de la Rosa causados por las sustancias mortíferas aplicadas en las hojas de los libros que eran malditos para Jorge de Burgos (no creo que a nadie le suponga este detalle un espóiler a estas alturas). En esta ocasión, Seamus tampoco es que me haya provisto de un gran pelotazo informativo: “¿Por qué gana Trump?, ¡es la economía, estúpido!”. La frase de un jefe de campaña demócrata es más vieja que el hilo negro, de 1992, y no creo que haya un analista que no la haya utilizado media docena de veces. Pero, en fin, está bien traído tras conocerse el resultado de las recientes elecciones estadounidenses.
La campaña republicana ha sido, a tenor de los resultados, en igual medida eficaz que la demócrata ha sido zarandeada y lastrada por el tancredismo de Biden y la indefinición de Kamala Harris. Eso afirman los expertos en elecciones USA y sus bizarros sistemas de cómputo. Donald Trump ha basado su arsenal propagandístico en la economía. No sólo en la economía puramente doméstica, sabiendo sacar renta del llamado impuesto silencioso, o sea, las altas tasas de inflación que ha sufrido el americano medio en el supermercado o en los servicios del hogar. También en el enemigo exterior, a saber, dos por el precio de uno: la Unión Europea y la economía de la Guerra de Ucrania: si la UE ha dado casi cincuenta mil millones de euros en armamento a Zelenski, EEUU no le ha andado a la zaga. Pero ha llegado el comandante rubicundo y payasete y ha mandado parar. Va a congelar sus aportaciones, y aunque no va a parar de enviar armas –un extraordinario negocio de su país–, sí le va a pasar la factura a Europa, señalándola como verdadera interesada en hacer frente a Rusia en sus afanes expansionistas.
Más grave incluso puede resultarnos a los de este lado del Atlántico que Trump haga efectiva su amenaza de incrementar un 20% los aranceles a los productos y servicios UE, una medida por completo antiliberal de un renacido presidente que presume de tal. Su anuncio de bajada de los impuestos quizá la vayan a costear no tanto el reverdecer de una economía que sería así más líquida y en los bolsillos de la gente, sino que la pagarán los exportadores extranjeros en la misma aduana, en buena parte los del Viejo Continente. Los coches eléctricos europeos lo tienen crudo con Trump. También, según ha prometido o amenazado, condiciona su permanencia en la OTAN –la Alianza es sobre todo EEUU– a que Europa pague muchos más gastos de los que paga por su defensa nacional, continental y, Dios no lo permita, global. Aunque se da aires de tahúr posmoderno, pulpo con las señoras y fantasmón de farmatint, está claro que, más allá de las formas, tonto no es, y se lo tiene por un implacable negociador. Que no reconoce barreras en su búsqueda del “America First” es bastante claro, y si tiene que darle un sobeteo cariñoso a Putin o al siniestro norcoreano, lo hará. Los tiempos siguen cambiando una barbaridad.
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