La teoría de la manta

La UDA ya parece haber dejado atrás fantasmas del pasado más presente para empezar a pensar en cotas más altas. Aparentemente, la comunión en el vestuario va fraguándose, donde quien más y quien menos ha hecho el ejercicio de conciencia de que su futuro más próximo se encuentra en Almería, y las victorias han reforzado la moral de un equipo que, a poco que ha tenido oportunidad, ha mostrado una versión abominable fruto de una inestabilidad autodestructiva. Sea como fuere, la metamorfosis no está siendo de la noche a la mañana: el equipo de Rubi sigue mostrando errores en fase defensiva que bien podrían haber hipotecado cualquiera de las dos últimas victorias, en las que el Almería, en un acto de magnanimidad sin igual, metió casi deliberadamente al rival en el partido cuando mejor está la propia UDA. No obstante, la sensación es que, con el equipo fluyendo tan bien en la zona de creación y finalización, los errores son menos errores. El 4-4-2 ha caído como una bendición, con los mediapuntas abiertos a pierna cambiada y un Baptistao como pieza que le da sentido a todo el sistema y, lo más importante, aporta ese sentido defensivo que está provocando que el Almería este incurriendo en la conocida teoría de la manta corta, manifestado claramente en el aluvión de ocasiones del Albacete ante las que el Almería sólo podía mirar impasiblemente y de las que salía aturdido pese a que, siempre que podía, entraba como cuchillo en mantequilla en la retaguardia manchega. Los atacantes del equipo no poseen la tensión competitiva necesaria y condicionan el plano defensivo. Así lo atestiguan el cambio de Melamed al descanso, quien queda señalado en el gol por desproteger un costado en el que Javi Rueda era un atacante más, y las cero faltas de Arribas en 75’. Rubi debe emplearse a fondo en esta faceta, pero la sensación es que, de algún modo, firma el poderío ofensivo y está dispuesto a correr el riesgo de ser un equipo concesivo. Una decisión arriesgada.