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Hablaba Rubi, el único portavoz del club desde que arrancó la temporada, en la última rueda de prensa que era una tarea laboriosa cambiar una dinámica perdedora. El lunes, el Mediterráneo no quiso perdonar la falta de amor propio y de carácter de un equipo que es incapaz de brindarles una alegría desde hace un año y medio. A día de hoy, el almeriensismo no tiene un representante en el primer elenco rojiblanco que esté dispuesto a despertar un ápice de orgullo. Todo son mensajes vacíos y nadie es capaz de dar la cara por unos seguidores huérfanos de respuestas en la situación más delicada de la era Turki. A la vista está que su CEO, Mohamed El Assy, no da una comparecencia pública desde febrero. Por no hablar del plantel, que en Elda demostró vivir en una realidad paralela, volviendo a desoir a una parroquia indálica deprimida. Desde fuera da la sensación de que en el club aún no se han asumido el barro de la Segunda División. Se ha querido apostar por los mismos actores que protagonizaron la campaña más humillante de la historia del Almería, a pesar de no contar con alguna certeza respecto a un supuesto rendimiento que aún no han justificado sobre el tapete. El gen perdedor sigue estando presente en los protagonistas y la paciencia se agota entre los fieles unionistas. Independientemente de cómo se resuelva la temporada, la conciliación entre la comunidad almeriense y los jugadores es un escenario cada vez más lejano, más aún cuando los propios futbolistas no dan síntomas de demostrar un mínimo de unión dentro del verde. El aficionado se ampara en que Rubi le dé la vuelta a un equipo que aún no conjuga el verbo ganar. Precisamente, ese ejercicio de fé confirma el panorama desolador de un club que aún no da las explicaciones pertinentes de la mal llamada ‘minicrisis’.
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