Visto y Oído
Sonia
Que tanta gloria lleve Luis Enrique como sosiego deja con su marcha, o su despido, o lo que haya sido. No tenía una sensación igual de asco con un seleccionador nacional desde el odioso Clemente, aquel ser díscolo y cabezón, el irreverente sujeto que tantísimos años estuvo al frente del barco bajo el mando de otro perfecto inepto como Villar. Yo pensaba que aquellas sensaciones de repulsión y frustración como aficionado a la selección de mi país no las volvería a experimentar nunca más, que aquello no se podía superar. Pero sí. No sé si más, pero el mismo asquete sí me daba Luis Enrique de un tiempo a esta parte. Y no estoy hablando como periodista encabronado porque en vez de atendernos a nosotros prefiere provocar desde esa cosa frívola e idiota del canal de Twitch, o le da las entrevistas a Ibai antes que a Castaño. Eso a mí la verdad es que me resbala bastante. Lo digo como mero aficionado que siempre ha seguido a la selección en los torneos oficiales y que, tal como abanderó en su primera comparecencia pública como nuevo seleccionador Luis de la Fuente, siempre he pensado que la selección tiene que ser el equipo de todos. Esto, más allá del enunciado más propio de Mr. Wonderful, supone una responsabilidad enorme para el entrenador de turno, mucha más, entiendo yo, que la que puede tener el míster de cualquier club, por grande que sea, porque al final estás representando a millones de personas que guardan un vínculo mayor que el que puedan tener los hinchas de un club. Estás pilotando al equipo de todo un país, con lo que ello representa para la gran mayoría de compatriotas (no todos, ya lo sé). Por ello, y sin ni siquiera entrar en por qué se llevó a Fulano o no lo hizo con Mengano, o en otras consideraciones futbolísticas, creo que no cabe que el encargado de dar la cara por mí en el césped cuando juega mi selección sea semejante chulo.
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