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Mérito de rubi
Desconozco si será la edad o si la culpa la tendrá el hastío tras tantos años de decepciones futbolísticas, pero, a estas alturas de la película, cuesta horrores entregarte a cualquier profesional de este deporte. No me refiero a idolatrar como cuando de niños elegíamos a un jugador e irracionalmente lo defendíamos a capa y espada. Hablo, más bien, de identidad. De ir a pies juntillas con alguien. De tener fe ciega o, simplemente, de dejarte mecer por los mensajes lanzados en sala de prensa. Me gustan algunos futbolistas, claro, y soy capaz de reconocer a los grandes entrenadores, pero sin ir más allá de las meras filias y fobias habituales. Solo así soy capaz de explicar, por ejemplo, que mi mente no haya sido capaz de rendirse a una figura a todas luces fundamental en la historia de la UDA como es Rubi. El técnico está ya, sin ninguna duda, a la altura de los grandes entrenadores que han pasado por aquí. De hecho, puede considerarse el segundo mejor, siempre con el permiso de Emery. Y, pese a todo, me muestro cauto con él. Impensable antaño. Sin embargo, hay que reconocerle al catalán algo que lo encumbra como un magnífico técnico y un excelso gestor de grupos. Cuando llegó, la moral del equipo no solo estaba deteriorada a nivel colectivo, sino que había individualidades hundidas, perdidas y destrozadas. Pozo y Centelles eran buenos ejemplos, pero Baba se llevaba la palma. Otros futbolistas, como Lopy, paseaban por el verde apáticos como si con ellos no fuese la cosa. Hoy, todos ellos no solo se han sumado a la causa, sino que están siendo piezas fundamentales. Podríamos hablar de azar, de casualidades, de dinámicas. Pero no. Por aquí, desde que se marchó Rubi, pasaron Vicente Moreno, Garitano o Pepe Mel. Técnicos veteranos. Ninguno fue capaz de sacar lo mejor de ni un solo futbolista unionista. Fue el de Vilassar de Mar el que resucitó a este muerto. Yo ya no me entrego a nadie, pero mi yo adolescente estaría desbocado. Como para no estarlo.
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