Lejos de la pomada

Conforme uno cumple años y cree ganar experiencia en algún campo, adquiere una serie de máximas que lo convierten en un sujeto irritante y que, además, considera irrebatibles porque están basadas en lo más sagrado que cualquiera posee: las vivencias personales. Así, las temporadas que llevo sufriendo la Segunda División me han enseñado que no es especialmente relevante la posición que ocupes en la tabla a lo largo del curso, que lo realmente importante es tener tus objetivos a tiro de piedra en el tramo final, donde de verdad se reparte el pastel. Uno puede ir séptimo en la duodécima jornada, pero si tiene la segunda plaza a un par de puntos sabe que más pronto que tarde puede dar la vuelta a la situación. O, viceversa, ocupar el liderato es anecdótico si giras la cabeza y ves a una ristra de perseguidores a menos de un partido de distancia. Sabes que, si tropiezas, caes. Y, con media temporada por delante, lo más seguro es que lo hagas. Por eso, durante el año solo hay que aguantar ahí, en el meollo, esperando a las últimas jornadas para asestar el golpe. La séptima posición que ocupa el Almería sería anecdótica, pues, si el objetivo fuese el playoff. Un punto más o un punto menos, quedando todavía lo que queda, no sería sustancial. Sin embargo, tanto directiva como cuerpo técnico se han ocupado de repetir que la aspiración es el ascenso directo, y ahí los rojiblancos han perdido fuelle. Ahora mismo, la segunda plaza está a tres partidos de distancia a falta de nueve compromisos ligueros. Un reto. La pésima racha arrastrada por el equipo —y de la que no podemos afirmar que haya salido— ha echado por tierra todo lo adquirido con las catorce jornadas sin perder. No hay margen. El Almería, básicamente, no debería permitirse ni una derrota en lo que resta. Encadenar dos o tres fechas sin vencer nos despediría del ascenso directo. Lo idóneo sería tenerlo a un zarpazo. Vernos en la pomada. Pero ahora la segunda plaza está demasiado lejos como para poder rozarla con las garras.