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Todo el mundo está opinando de esa estampita donde la vaquilla del Grand Prix lleva el cuerpo del Sagrado Corazón y que Lalachus presentó como su veneración particular. Es inevitable analizar que afrenta a los devotos de las imágenes sagradas pero la presentadora de las campanadas de TVE lo hace en un contexto de humor familiar y lo presenta como una creencia propia como más de un estudiante se ha llevado a Messi para rezarle en el pupitre de los exámenes. Un gag que no difiere de muchos chistes cofrades o cuando se le cambia la estola al Papa paraconvertirlo en forofo del Cádiz. Es la risa por lo bajini de lo solemne y lo trascendental. Los propios católicos nos sabemos reír de nuestras convenciones y una de las virtudes de los cristianos es la tolerancia. Tolerancia al menos de lo que no tiene en sí demasiada importancia.
Lalachus ya estaba en el punto de mira por su aspecto, como si dar las uvas requiriera una apariencia curricular, lo que ha generado un ruido que ha tenido carácter político, lo que le viene bien a la actual TVE para adquirir notoriedad. Broncano y su compañera formaron el show que se les pedía en la Puerta del Sol para no decepcionar a tantos seguidores que iban a acompañarles. Y tuvieron audiencia. Todos los momentos, como el de la estampita, forman parte del repertorio. Pero por algún recoveco iba a surgir la polémica. Unos porque se la tienen jurada hacia la actual TVE, puesta indudablemente al servicio del Gobierno con el consejo de administración progre formado a toda prisa, por encima de la urgencia de la riada; y otros, desde la cadena pública y el Gobierno, saben que con esa bulla y afán de victimismo se erigen en símbolos de una trinchera. La perjudicada es, como siempre, la zarandeada RTVE.
Lo de la estampa era evitable pero ha generado esa reacción crítica con la que los responsables de la actual corporación pública están encantados. Tienen sus necesidades y prioridades por encima de todo lo demás: lo catalán, lo vasco, lo woke.
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