Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
La casita de Jesús
OPINIÓN
Este año ya hay más plazas en las facultades de Medicina privadas que en las públicas. Son datos de Madrid, pero seguramente ocurre algo similar en toda España. Los datos: la nota de corte para entrar en una facultad pública de Medicina roza el 14, que es la nota máxima que se puede obtener en Selectividad (o como se llame ahora); en las privadas, no declaran nota de corte, porque es suficiente con pagar veintitantos mil euros de matrícula, mientras que en las públicas son mil doscientos. Si a pesar de esos costes ya hay, repetimos, más facultades privadas que públicas significa que hay suficientes ricos como para saltarse el obstáculo de la alta nota de corte y acceder a la carrera más demandada aunque se sea un zote. Además, como no tienen problemas para repetir cursos, el título está casi asegurado. Los rectores de las universidades públicas están que trinan por el coladero de las privadas. Una consecuencia clara es el aumento de la desigualdad entre ricos y pobres que, según datos conocidos, ha aumentado bastante en las últimas décadas y sigue aumentando. Cabe preguntarse, pues, si esta no será una de las causas determinantes de la desafección de los jóvenes hacia la política. Y, en el peor de los casos, su polarización hacia los extremos y, lo que es aun más grave, la preferencia que expresa ya un 25 % de jóvenes por un sistema autoritario en vez de por la democracia parlamentaria.
La dificultad para independizarse, encontrar vivienda y trabajos con sueldos decentes no hace sino abonar esa tendencia. Durante muchos años la mayoría de los gobernantes dedicaba algo de su tiempo a mejorar la vida de los ciudadanos; o al menos así lo percibíamos. Hace cosa de veinte años se acuñó la expresión “mileurista” para señalar a los empleados –muchos de ellos con estudios superiores- que cobraban menos que un peón de albañil. Hoy, un sueldo de 1.500 euros se considera un buen sueldo desde el punto de vista empresarial. Y conste que los 1.500 euros de hoy equivalen, aproximadamente, a los 1.000 de 2007. Estamos en las mismas. O peor, porque lo que se paga hoy por el alquiler de un pisillo o un apartamento no ha subido un 50 % (como de 1.000 a 1.500 euros) sino mucho más, últimamente un diez por ciento anual. Tela. Mientras las autoridades no se decidan a construir miles de casas para alquiler social no es de extrañar la desafección juvenil (y no juvenil) a la política, cuyo cortoplacismo nos mata.
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