
Gumersindo Ruiz
Qué poco sabemos sobre nuestra fragilidad energética
El bisturí
Tengo la sensación desde hace varias semanas que repito el mismo discurso cuando toca hablar del Almería lejos del Mediterráneo. E intento creer en la machada, pero este equipo cada quince días tan solo te llena de argumentos para hacerte cambiar de opinión. Es un mar de contradicciones; un quiero y no puedo; un sí, pero no. En Granada, después de que Luis Javier ganara un partido por enésima vez en este curso, la UDA volvió a mostrar su cara más inocente. Esa en la que los once rojiblancos salen acongojados al inicio del encuentro; esa en la que se comete un fallo individual, el decimocuarto para ser exactos, que provoca el gol tempranero del rival; esa en la que una buena respuesta al primer golpe queda en nada al invitar al mejor futbolista, Gonzalo Villar, a que disparara como si de un partidillo de entrenamiento se tratase. Y, con ello, la famosa mandíbula de cristal que da lugar a la sentencia del contrario. Un rostro desquiciante y conocido por todo el almeriensismo que impide ver la luz al final del túnel. A esa versión del ‘quiero y no puedo’ del Almería hay que sumar las palabras de Rubi. Lejos de querer reconocer que el equipo volvió a revivir los mismos errores que lleva cometiendo desde agosto y que le impiden estar en la conversación del ascenso directo, el vilasarense prefirió reivindicar los buenos minutos del colectivo hasta el zurriagazo de Villar e insistir en que hay que creer en las opciones de promoción por la vía rápida. Y la fe, amigos míos, aunque sea profunda, nunca es completa. Entiendo que no quiera que los ánimos del vestuario se caigan en el último tramo de la temporada, pero es que los datos son inobjetables: 47 goles en contra, 14 tantos en los primeros 20 minutos de partido y 9 puntos de distancia respecto al segundo clasificado. Números que justifican por qué el Almería no está entre los dos mejores elencos de la categoría; cifras que invitan a pensar que, en un hipotético playoff, el equipo volvería a revivir la misma cara inocente que muestra cada quince días. Es lo que hay.
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