
Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
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El Poliedro
Dado que todos somos usuarios de internet y teléfono, cabe afirmar que el verdadero retorno al pasado es quedarse sin cobertura. Mucho más, si vives en un sitio con pocos habitantes, porque importas menos a quienes pueden solucionar el apagón. No podrás sacar dinero del cajero, no podrás pagar con tarjeta o recibir una transferencia, la farmacia no podrá dispensarte tus recetas; tu negocio o tu empresa quedarán incapaces de contratar, pagar o cobrar, y esas circunstancias lastrarán su imagen y su viabilidad; no habrá quien atienda una urgencia de una persona dependiente, quizá fatalmente; los colegiales quedarán sin acceso a las redes formativas, si tienes un accidente de tráfico no podrás solicitar inmediata asistencia, olvídate de sacar un billete de transporte. No podrás hablar con tu madre o tu nieto ante una necesidad, incluida la de darse afecto, no digamos de otra grave; no podrás avisar a la Policía o la ambulancia, nada de teletrabajar o siquiera trabajar. Si los apagones son habituales, el castigo a los afectados será el de una enfermedad crónica: los juzgados serán más lentos y menos ejecutivos (Hacienda se las apaña, ahí no se ahorra); la seguridad de tu domicilio quedará desamparada ante una emergencia natural, un asalto o una ocupación; cualquier costoso dispositivo de domótica o riego será cacharro inútil. Hay pueblos machacados por estas circunstancias en Andalucía. No es España vacía ni vaciada: es privación de derechos.
Se pueden mencionar decenas de otros daños por los apagones rurales y crónicos de internet. No ya daños privados, sino colectivos. No importa que pagues religiosamente tu factura cada mes, trimestre o ejercicio: la del móvil, IRPF o Sociedades, el IVA cada vez que compras, la contribución urbana, la cuota de autónomo. Si tu disponibilidad de internet es precaria, tu vida se precariza. Tú serás de tercera regional pagando lo mismo que el que juega en la Champions. Si vives en un pueblo, se dispara el riesgo de que te rebobinen un siglo y te castiguen al desdén y el olvido las operadoras, las consejerías y los ministerios. No hablamos de Marbella, Dos Hermanas, El Ejido, El Puerto de Santa María, Motril, Lepe, Lucena, Andújar. Grandes localidades, grandes pueblos. Hablamos de igualdad de derechos... si es que no queremos pasarnos por el forro el hecho de que la igualdad consiste en reducir desigualdades. Vivas donde vivas. No es esto un cándido alegato; ni siquiera es indignación. Es sencillamente constatar que internet no es que sea más importante que la salud, el comercio o la seguridad: es que sin ella no funcionan esos ni muchos otros servicios e infraestructuras. Internet es el oxígeno y la sangre del devenir socioeconómico. Nos guste o nos repela la extrema e inexorable dependencia tecnológica.
Sucede que, habitemos aquí o allí, pagamos por igual en la factura por disponer de conexión digital y telefonía, pero no se cubren con la debida reciprocidad los servicios contratados ante las averías y reiteradas chapuzas. Y, a unas malas, vaya usted a quejarse al maestro armero. Lacras crónicas, cuya solución se posterga, por puro plan de negocio y ordeño de caladeros electorales. ¿No deben las empresas de bandera ganar, sabiendo a veces perder, sin echarle el muerto a subcontratas y requetesubcontratas? El desabastecimiento comunicacional es la fuente de todas las desigualdades. Proveedores y gobernantes: cumplan sus contratos y sus compromisos. Sus clientes y gobernados lo hacen. ¿Qué era, si no, eso de la Responsabilidad Social Corporativa? ¿Tan costoso es cumplir con cualquier municipio sin que se oxide el futuro de éste, por mor del imperio de la cuenta de pérdidas y ganancias y de esa clave de la rentabilidad que los economistas llamamos economías de escala, que no es sino darlo todo solamente donde la cosa compensa?
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