La generosidad con el impulso de la fe

El Costal

Ser costalero es el oficio más bonito del mundo

Imágenes correspondientes a uno de los ensayos de Coronación.
Imágenes correspondientes a uno de los ensayos de Coronación. / Javier Alonso

Detrás del verde manto de Ntra. Sra. del Amor y la Esperanza. Desde que tengo uso de razón, un costal siempre me acompañó en la Semana Mayor. Una historia que no se puede explicar sin la figura de Antonio Andrés Díaz Cantón, mi padrino y gran responsable de que esté escribiendo estas líneas. Él me brindó la primera oportunidad de completar una estación de penitencia con la familia de Estudiantes. En la Almería Cofrade, la que enamora cuando el sol se apaga y la luz de los fieles se hace camino por las calles de la ciudad. Siempre detrás del palio, esos años como aguaor sirvieron como experiencia para sumar kilómetros en el contador. El siguiente paso natural era ser nazareno, aunque estar lejos de Ella siempre provocó que el corazón quisiese volver al pasado en el que ese niño soñaba con estar debajo del paso.

Una circunstancia que acabó dándose casi producto del azar. Una conversación con Luis Corpas, compañero de cuadrilla, despertó un interés que había ido desapareciendo con el tiempo y que volvió a finales de 2023. Una chispa fundamental. Con ropa prestada y sin experiencia, arrancó esta aventura. Un oficio que solo se puede entender si se ha estado dentro. Los nervios te pellizcan el estómago en cada ensayo desde el momento de la vestimenta. Antes de que el martillo suene, cada uno tiene que ser consciente de que esto no es una labor individual. Un colectivo formado por una treintena de hombres se tiene que ayudar, ser el apoyo del que esté al lado y la guía del que esté detrás. Es un acto de generosidad y responsabilidad con el impulso de la fe y el sentimiento.

Cuando la trabajadera se clava en la séptima vértebra después de tocar el cielo, la marcha procesional rompe el silencio y todo está listo para dar el primer paso, un escalofrío recorre todo tu cuerpo como si fuese esa primera vez. Y volví a estar detrás de Ella, pero ahora con la misión de que volviese a llenar un año más de Amor y Esperanza las calles de Almería. Quién me conoce sabe lo importante que fue ese día para mí. Hacer la salida, pelear cada centímetro y luchar contra el viento que quiso ser el protagonista de la jornada. No se puede negar que, minutos antes de encarar la puerta de salida de la Catedral, los nervios estaban más presentes que nunca por lo que estaba a punto de suceder. Pero sin ese punto de madurez y fundamento, el trabajo más bonito del mundo no tendría ningún sentido. El invierno que esto deje de tener importancia, será el año en el que no podré estar como costalero de ninguna hermandad.

Debajo del paso, los valientes demuestran gallardía y coraje, pero desde la discreción y el respeto a los verdaderos protagonistas de la Semana Santa. El que trabaja aporta la última pincelada de un lienzo en el que el arte deslumbra por sí solo. Este año, después de tantas y tantas conversaciones con mi buena amiga Nerea Villegas, sumamos una nueva experiencia después de abrirme las puertas de la Hermandad de Coronación. Con la llegada de una notable hornada de jóvenes costaleros, las cuadrillas cada vez son más completas en la capital almeriense con personas que saben y pueden. Una tendencia que ha marcado una década de consolidación de esta Semana Grande.

Con la mente puesta en el Martes Santo. En la responsabilidad de portar a María Santísima de Gracia y Amparo y San Juan Evangelista. La vuelta al templo para el orgullo de todo un barrio. La calle Juan Segura Murcia. De la devoción molinera a la magia de recorrer la Almedina. Nuestra madre Esperanza, con esa mirada con la que quedarse prendado hasta la eternidad. Por los duendes, esos hombres de la Gracia. Por los verdes, esos románticos del Miércoles Santo. Por una última levantá.

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