Sergio Morante

¿Quien ha dicho penitencia?

La esquila

Llegó la hora. Es el momento de la Verdad. De despojarse de todo ego y dejar de lado las individualidades que marcan nuestro día a día. Toca cumplir con el cometido que uno mismo se ha asignado. Una obligación que es voluntaria a medias.

Pepe Cárdenas fue quien me pidió por primera vez que me vistiera de muñidor. Ofrecimiento que acepté pero sin pensar en que ese personaje de aire dieciochesco que prologa la muerte de Jesús la tarde del viernes santo se iba a convertir en una suerte de alter ego. Una némesis del Sergio Morante cotidiano. Del hablador, al callado, aunque sea por unas pocas horas al año.

Por supuesto que reconozco que en ese momento fui consciente de mi aceptación. Lo que, por el contrario, no soy capaz de identificar es qué me motiva a seguir, pese a que el sentido común me aconseje que lo conveniente es evitar un traslado por carretera de 4 horas para procesionar esquila en mano. Pero ese algo irreconocible existe. Hay una voz que parece gritarme al oído que mi sitio es ese y no otro cuando den las 8 de la tarde del viernes que marca fin y principio de ciclo.

Al Cristo de la Caridad lo conocí en su humilde casa de San Francisco a la que acudí una tarde tras oir hablar mucho de una talla aparentemente impresionante gubiada por Miñarro para Almería.

Y los rumores eran ciertos. Me conmoví nada más verlo. La minuciosidad con la que plasma las huellas del martirio, me impresionó pero, más aún, lo hizo su tremenda unción, esa cualidad tan difícil de definir pero que, sin duda, existe.

Como todo en esta vida, uno no puede basar sus relaciones sentimentales en una primera impresión.

Necesité de una conquista que no tardó en producirse. Fue un nublado Sábado de Pasión que lo encontré casualmente frente a mi bajando Jovellanos. Perdón que hable así, no se me mal entienda, pero el flechazo fue instantáneo.

Desde entonces es a quien me encomiendo en los momentos difíciles de la vida. A Él y a su madre, la Virgen de Las Penas o, como yo la llamo secretamente, la Señora. Transcurrido el tiempo, conocí su historia, a su gente, las dificultades que pasaron y pasan y me convencí de que este es mi sitio.

Cuando uno vive un buen momento quiere que otros disfruten de un bienestar parecido, así que te invito a que acompañes a Caridad esta tarde de Viernes Santo. Hazlo con los sentidos puestos, sin ideas preconcebidas. Como se dice ahora, escucha pero no juzgues. Déjate llevar por el sentimiento. Y luego me cuentas. Espero que te conquiste, como me pasó a mi.

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