Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Pues yo lo veo así
Desde hace mucho tiempo no salía de viaje al extranjero. Este año me he decidido y en mi salida a Suecia me he encontrado con un libro, escrito hace unos años y que tuvo muy buena acogida aunque a mí se me pasó. Se trata de La Lengua de los Secretos de Martín Abrisqueta. Este libro ha tenido la virtud de sacarme de un cierto letargo. Se dice que una imagen vale más que mil palabras. Yo le daría la vuelta a la frase y diría que unas palabras de este libro valen más que muchas imágenes. Diría yo que las imágenes captan nuestra atención por el momento y dejan solo un confuso recuerdo; cuando las palabras están bien elegidas, se clavan en el cerebro y te hacen rumiar una y otra vez las ideas transmitidas. Abrisqueta lo consigue. Aparte de sus amables excursus imaginativos trufados de toques de humor, que suavizan la lectura, se encuentra como idea central las repercusiones de una guerra en las mentes, en las vidas infantiles. El relato es crudo, sin más. Habla de niños del País Vasco, pero sin duda puede ser extensible a niños de cualquier otra parte. Y en ese momento, no es de extrañar que se extrapolen esas circunstancias al momento presente. No es de extrañar pensar en Gaza, en Cisjordania, en Palestina, en el sufrimiento de unos niños envueltos sin saber cómo ni por qué en destrucción, muerte, abandono, éxodo. La situación de Martintxu y sus hermanos se desarrolla con toda crudeza a lo largo del libro y aunque unas veces hagan sonreír )las ocurrencias del ¨´héroe´¨, su interpretación de lo que sucede a su alrededor son algo de traca, no dejan de mostrar un lado más que doloroso. Y a lo largo de la lectura me preguntaba, una y otra vez, si los señores de la guerra que andan bombardeando a la población palestina han llegado a leer el libro. Yo les insinuaría que se acercaran a sus páginas, que Netanyahu y Hamás vieran lo que están consiguiendo. Si después de leerlo no fueran capaces de modificar sus decisiones, dudaría yo muy mucho de la humanidad que pudieran albergar. Y también invitaría a las otras autoridades mundiales, que solo se enfrentan al problema condenando la guerra con la boca chica, tratando de mantener una cierta equidistancia, para ver si no tratarán de parar con todas sus fuerzas esos horribles asesinatos y, lo que es peor, esos tremendos sufrimientos que padece la población infantil. Y si después de la lectura siguen casi pasivos, ¿cómo llamarlos?
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