Pedro Antonio Pérez Martínez

La civilización del amor

Opinión

14 de abril 2022 - 02:05

Jesucritos nos revela que Dios es amor, a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor". Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 38.

El mayor don que podemos descubrir este Jueves Santo es que Jesús con su entrega nos hace hijos y hermanos, nos capacita para mirar al otro con un amor que tiende manos. Un amor abierto a transformar un mundo de desesperanza e incertidumbre en un mundo lleno de luz y de vida. Amor de Jesús hasta el extremo, hasta entregarse, a no reservarse nada para sí, a darse por completo a la muerte si es necesario, a quedar clavado en una cruz diciendo a sus mismos enemigos, que los perdona. Amar es no saber odiar, es saber perdonar, es devolver sonrisas de bendiciones como Cristo desde la cruz.

Es la "civilización del amor", mensaje de la Iglesia acuñado por San Pablo VI, la definía como "aquel conjunto de condiciones morales, civiles, económicas, que permiten a la vida humana una posibilidad mejor de existencia, una racional plenitud, un feliz destino". La asociaba a condiciones que elevan la condición humana: la solidaridad, la hermandad, la dignidad de la persona humana, la superación de toda discriminación o segregación, el servicio a la justicia, la firme voluntad de construir la paz.

Retoma el desafío planteado por San Pablo VI la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Puebla, 1979): construir una civilización alternativa basada en la justicia, la verdad y la libertad. La justicia distributiva, que supere la inequidad; la verdad, como principio de desenmascaramiento de la mentira; la libertad, de las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener y del poder. El Papa Francisco en Laudato Si, la considera como la "clave de un auténtico desarrollo", en la que la verdad y la justicia ocupan un papel protagonista.

Una civilización del amor, que no exigiera la justicia a los hombres, no sería verdadera civilización, no marcaría las verdaderas relaciones de los hombres. Por eso, se hace una caricatura cuando confundimos lo justo con limosnas, la justicia social con la beneficencia. El verdadero amor comienza por exigir entre las relaciones de los que se aman, lo justo.

También exige la verdad, ésta iluminada por la fe es la fuente de discernimiento para nuestra conducta ética, donde se la oculta queda la hipocresía y no hay fundamento de amor.

El gesto de lavar los pies, central en este día, hace que la persona que lo realiza se tiene que poner de rodillas delante de otro, si no es imposible realizarlo, esta posición hace que veas la realidad del otro con otra perspectiva, significa descender y bajarte hasta sus plantas, despojarte de prejuicios, superficialidad e individualismo y pedir perdón por la distancia; ofrecerte, abrir caminos juntos. Significa ofrecer tu escucha y mostrar que lo quieres. Significa comprender el dolor y la desgracia y envolver sus heridas y sus males con la luz y el calor de tu mirada.

"El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre." San Juan Pablo II (1991) Centesimus Annus, 58.

Feliz y solidario Jueves Santo.

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