Bautismos de organigrama

el poliedro

15 de marzo 2025 - 03:10

En una empresa de cualquier dimensión, un signo de poder de verdad es que el máximo jefe, propietario o a sueldo, llene el organigrama con responsables funcionales de línea o de apoyo, aunque la estructura organizativa sea una mera excusa para hacer lo que el CEO, director general, presidente ejecutivo o mero dueño haga lo que quiera en cada caso, a golpe de dos impulsos. El primero, y como reza el dicho, mear en todos los tiestos, “que quede claro quién manda aquí”, como es propio de quien es o se considera un macho alfa, y quizá lo sea. El segundo motivo por el que un mandamás se rodea de técnicos de más o menos contrastada valía o producto de la confianza, de la condición de conmilitón o por abierto nepotismo es el de contar con un fusible que fundir antes de que el calambrazo chamusque los aledaños del trono. Luce en las publicaciones corporativas un complejo grafo de cubículos con direcciones y subordinaciones, ideados con criterios funcionales o de mercado, y no sólo de esos dos. También con criterios de ocasión. Sucede cuando se diseña en parte la organización –incluido un consejo de ministros– según las modas de cada momento, y se trufa al artefacto gráfico con departamentos, incluso unipersonales, que no quieren sustraerse a las rabiosas tendencias, que a veces cayeron en el olvido tras el relumbrón de su emergencia: reingeniería de procesos o TQM, Responsabilidad Social Corporativa, o Sostenibilidad y Medio Ambiente en compañías altamente contaminantes. Ya digo, no siempre son estos asuntos cosmética de ocasión, plasmadas en memorias en papel del mejor satín y elevado gramaje. Pero el organigrama no es sólo la plasmación de la nomenclatura, de la misión, la visión futura y, en fin, la estrategia de quienes deciden al más alto nivel. También de sus tácticas de acreditación en el entorno a corto plazo.

A veces, y no aventuraremos aquí porcentajes, las carteras ministeriales son objeto de creatividad de mercadotecnia política. Porcentajes de mujeres y hombres, no dejar a ninguna comunidad autónoma sin ministro o director general (salvo que la región sea desafecta al vencedor), que no falten opciones sexuales diversas... pero, sobre todo, que no se queden atrás y sin nombre dorado en la cartera negra ministerial cuestiones sensibles, aunque su dotación presupuestaria sea despreciable, y aunque su denominación cuelgue en tercer lugar en el largo nombre de un ministerio de peso. A vuelapluma e inventados por quien esto suscribe, engendremos algunas propuestas de afán neologista y transconceptual, aunque de más que posible interés público y privado, de dotación a veces incompatible con ninguna acción de verdadero alcance estadístico: ministerios de Singles, del Transgénero, de la Piedad y las Romerías Estivales, de las Buenas Costumbres, de la Salud Podóloga, del Lirón Careto, del Mosto Primero. Ha habido perlas tan reales como surrealistas: hace unos años, el primer ministro indio Narendra Modi creó el Ministerio de la Vaca, y sabido es que allí las vacas no sólo no se comen, sino que mandan en las calles y son veneradas. Reino Unido y Japón han creado ministerios de la Soledad y del Aislamiento. Esto último no es cualquier cosa, y debe precisarse no sólo por fraternidad y compasión, sino por los grandes costes médicos que provoca la soledad no deseada, sino también por su impacto en ese tabú arrumbado en el desván de todos, llamado suicidio.

Ahora Trump, en su política del caos y las bombitas de peste en la puerta de todo quisqui, se está cargando un ministerio, pero uno básico: el de Asuntos Exteriores. A Marco Rubio, que tiene cada día peor cara, le quedan tres cuartos de hora: “La Diplomacia es mía”, dice Donald, como Fraga decía de “la calle” cuando era titular de Gobernación.

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