El parqué
Álvaro Romero
Jornada de subidas
Hace cinco años y medio que me lo propuse y ya está conseguido. El destino era NYC, pero Biden me lo ha impedido y ha tenido que ser en Oporto, una ciudad maravillosa a la que tengo un cariño especial. Entre crack y crack de las adherencias, iba pergeñando en mi mente la promesa que me ponía si la rodilla volvía a rendir al cien por cien (¡cómo no iba a ser así si era Roge el que me trasteaba!). Gregorio me dio el primer empujón anímico con una fotico en mi ordenador y el doctor Ríos me terminó de convencer para que el sueño del maratón se transformara en una realidad. El pasado domingo 7 de noviembre lo pudo conseguir: 42 kilómetros y 195 metros desde el Edificio Transparente, pasando por Matosinhos y por debajo del Puente Luis I para regresar al Parque da Cidade de Porto.
A vista de turista, Oporto es maravillosa, con su río Duero como principal atracción y unas bodegas que buenísimas al paladar y preciosas para la foto. A vista del maratoniano, la ciudad te encandila. Sufres porque en el kilómetro 30 viene el hombre del mazo, pero entre los ánimos de un público divertido y cariñoso y lo sensacional que es correr por la ribera de un río, a la sombra de edificios con tanta historia, los kilómetros van cayendo mientras tu mente se enfrasca en pensar en la de aventuras que se habrán vivido en aquellas calles. Al final, 3:50:38 entre palmas y un "Pablo, muchas felicidades" por megafonía que no se me va a olvidar en mi vida. Y, sobre todo, una sensanción maravillosa, de superhéroe, cuando cruzas la meta. Me lo decía Fabián y yo creía que era un cumplido, pero al final, el que sabe, sabe.
Muchas horas de carrera a horas intempestivas (cuatro o cinco de la mañana inclusive o un 1 de enero en Vélez Blanco a las 6 AM con 6º) y de entrenamientos de fuerza a la sombra de un pino con Juanico, una pandemia y un confinamiento que me pasé subiendo escaleras para no perder la forma escuchando a Chema Martínez en el Kilómetro 42, una primera suspensión en 2020 del Maratón de Madrid y NYC, una segunda suspensión neoyorkina que la verdad es que psicológicamente desanimaba. Ahí me encontré con el buen trabajo de Fernando Pineda y su equipo, que se pusieron manos a la obra para que la decepción americana se transformara en ilusión lusitana. Y lo consiguieron, vaya que si lo consiguieron.
Al final, me alegro que Biden abriera las fronteras justico al día siguiente del Maratón de NYC, así ha podido venir a verme mi pequeñajo en mi debut maratoniano. Allí lo tienen bajo el Puente Luis I, quitando la mano a los corredores que me antecedían para chocármela a mí y transmitirme energías cuando los cuádriceps se iban contracturando. Iba a darle un beso a Chari al pasar a lo Iker Casillas con Sara Carbonero (como buen tópico, es quien más ha sufrido mi "obsesión"), pero ahí estaba, móvil en mano, grabando como buena periodista. O instagramer para mis followers.
Alguno tendré, digo yo. Por lo menos ánimos me llegaron desde Costacabana por guasap. Cuesta renunciar a una palmerita de chocolate o a unas patatas fritas con huevo, pero compensa cuando te ves fuerte, saludable y consigues tus retos deportivos y jacobeos. La celebración, eso sí, fue ante un buen plato de bacalao, una francesinha repleta de salsa y dos pasteles de nata que supieron a ambrosía. ¡Nos vemos en julio para el Camino de Santiago, antiga, mui nobre, siempre leal e invicta Cidade do Porto!
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