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Nunca volveré a experimentar las sensaciones de un partido en nuestro Campo Municipal. Era una pequeña olla a presión, una pequeña caja de zapatos que vibraba, un campo de fútbol de verdad, donde aficionados y jugadores disfrutábamos de verdad. Cantar, cántabamos; llorar, llorábamos; vivir ascensos, vivíasmolos que se diría en español antiguo; y sentirnos robados por árbitros como el del Orense, sentíamosnos. ¡Cómo olvidar a Eleicegui Uranga y su expulsión a Cuaresma! Entonces ocurría lo que tenía que ocurrir. Era otro fútbol, más campechano, menos profesionalizado y donde los tejemanejes estaban al orden del día. No había VAR ni falta que hacía. Había errores, que enfurecían y mosqueaban. Pues los había. Era fútbol. Como los hay en todos los ámbitos de la vida. El problema es que ahora con tanta tecnología y tantas cámaras para que vean los partidos hasta en el laboratorio de Wuham y se estén rearbitrando los errores desde Las Rozas, los errores siguen siendo igual de grotescos. Y duelen más cuando se supone que hay una tecnología que está para evitar esto. El balompié es de todo menos deporte. Ha perdido su esencia, su encanto. No volveremos a ver una Mano de Dios de Maradona, como no se vio una mano de Sadiq en Leganés.
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