"Estoy feliz de haberme sentido útil ante un grupo de personas durante 25 años"
Carmelo Pérez-Aradros León. Misionero
Este sacerdote nacido en Arnedo hace 60 años narra su experiencia como misionero en Zimbabue, país al que llegó en 1988
Allá por 1959 un grupo de mujeres de Acción Católica se aventuraron y crearon ‘Manos Unidas’, una asociación de la Iglesia Católica en España para la ayuda, promoción y desarrollo de los países en vías de desarrollo. Con el paso del tiempo, la Organización Nacional No Gubernamental para el Desarrollo (ONGS) ha ido creciendo hasta estar presente en todo el territorio español con más de 71 delegaciones. Ese mismo año, en Arnedo, un municipio ubicado en la Comunidad Autónoma de La Rioja, nació Carmelo Pérez-Aradros León.
Ahora, a punto de cumplir los 60 años de edad como la citada asociación, este sacerdote nos cuenta sus más de 30 años dedicados a la misionología. Ordenado en 1983, sus primeros años los pasó como sacerdote en Villar de Torre, Villarejo y Manzanares. Fue en 1988 cuando decidió marcharse como misionero a Zimbabue tras un año en Londres donde estuvo aprendiendo inglés. “Desde pequeño tuve inquietud misionera ya que estuve con misioneros combonianos durante mi infancia. Recuerdo que en aquellos entonces había misiones en América Latina, Asia y África. Finalmente me decidí por África y, en concreto, por Zimbabue por el equipo humano y la verdad que hoy en día puedo decir que no me arrepiento de aquella decisión”.
Los inicios, recuerda este sacerdote de voz entrañable y rostro humilde, no fueron fáciles. “El proceso de adaptación al principio fue complicado. Tuve que entender y adaptarme a nuevas costumbres, nueva cultura pero sobre todo a un nuevo idioma. Allí tuve que aprender el shona, una lengua bantú nativa de Zimbabue y la verdad que fue muy complicado al principio. Tuve, como se suele decir, que nacer de nuevo”, narra este misionero de semblante alegre.
Tras este momento de adaptación, Carmelo Pérez-Aradros comenzó su proceso de evangelización. “Empezamos a predicar en este país, intentando ser testigo de piedras vivas. En un primer momento fuimos un equipo de cuarenta personas de España. Hoy, lamentablemente, solo quedan nueve, entre ellos dos sacerdotes. Es el fiel reflejo de que en nuestro país faltan vocaciones sacerdotales”, comenta visiblemente emocionado. Fue en 1997 cuando este misionero comenzó a trabajar codo con codo con Manos Unidas. Esta ONGD ayudó a construir un Centro Social que sirvió de guardería durante muchísimos años. Además, ayudó también a dotar de infraestructuras la misión iniciada en 1988.
“Recuerdo que desde 2009 a 2018 recibimos más ayudas para renovar aulas, construir edificios, construir bloques y sobre todo para combatir el problema de la escasez del agua. En todos estos proyectos colaboró Manos Unidas junto a otras ONG’s. La idea siempre ha sido que aquellos proyectos que comenzamos se sostengan con el tiempo”, matiza el sacerdote.
Como dice el lema de Manos Unidas de este año, “creemos en la igualdad y en la dignidad de las personas”. Confiado, el misionero relata cómo llegaba el dinero de Manos Unidas destinado a infinidad de proyectos al país. “Recuerdo que lo recogía yo mismo. Muchas veces las compañeras de Manos Unidas se alojaban con nosotros. Es por ello que, con conocimiento y causa, digo que todo el dinero llegaba íntegramente a África para labores humanitarias”.
Entre los años 2000 y 2005, Pérez-Aradros hizo un breve paréntesis. Volvió a Madrid y luego estuvo en Roma durante tres años estudiando Misionología. “Es curioso porque en España solo estamos seis o siete sacerdotes con esta titulación”, asegura. A su vuelta a Zimbabue, el sacerdote permaneció allí hasta el pasado año cuando tuvo que volver a España tras la llamada del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME), donde desempeña un cargo de directivo en su Dirección General, además de ser consejero del citado Instituto.
Durante estos 25 años, recuerda Pérez-Aradros, multitud de anécdotas han sido las vividas por el sacerdote. “Sobre todo había mucha hambre. Le dimos a una señora cinco kilos de maíz para la cosecha y nos enteramos que se lo había comido porque estaba desesperada. También vivimos momentos duros con muchos chicos que marchaban al bosque y comían hierba y matas no comestibles y al poco tiempo morían. Incluso personas que desenterraban el maíz de la cosecha por echarse algo a la boca”. Sin duda, “estoy feliz de haber sido útil a un grupo de personas durante 25 años. Soy sacerdote y Jesucristo y mi fe me han ayudado siempre en mi caminar”, finaliza.
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