Materia de olvido y recuerdo
Con este libro el autor bosnio, por primera vez traducido al español, nos ofrece su poética del exilio entre el tiempo y la memoria.

La ficha
Diarios del olvido. Semezdin Mehmedinović. Traducción de Marc Casals Iglesias. Deleste. 272 páginas. 21,95 euros
El escritor Semezdin Mehmedinović (1960, Kiseljak, Bosnia-Herzegovina), aunque criado en la localidad minera de Tuzla, forma parte de aquel Sarajevo emergente, cultureta y vanguardista que vivió en los años setenta y ochenta del pasado siglo una efervescencia creativa sin parangón. La heterogénea ciudad situada a orillas del Miljacka era como un verso suelto en aquella Yugoslavia tan peculiar. Tardaría aún varios años en desmembrarse a sangre y fuego con las consecuencias ya sabidas.
Autor de la elogiada Sarajevo Blues (aún no traducida al español), en Mehmedinović, como en todo escritor bosnio de su generación, hay una demoledora partición, vital y espiritual, a partir de la guerra (1992-1995) y, en el caso personal del autor, del largo asedio padecido en Sarajevo en aquellos años. De hecho el autor sufre aún hoy de artritis y ha de lidiar con sus dedos agarrotados, secuela del frío padecido durante el asedio que vivió junto a su mujer Sanja y el hijo de ambos, Harun (por entonces apenas un adolescente). Tuvieron que mudarse varias veces de domicilio porque los tejados de las casas donde hallaron refugio fueron destrozados por los obuses de los sitiadores.
Precisamente Diarios del olvido, su primer libro publicado en España por la nueva editorial Deleste (especializada en literatura periférica del este), responde a tres historias cruzadas. De inicio fueron concebidas de forma autónoma, si bien acabaron ahormando, a través del tiempo y la literatura, un tríptico común a partir del propio autor de los diarios, su mujer y el hijo (de ahí las tres partes Me-med, La bandana roja y El copo de nieve).
En cuanto le fue posible, el escritor huyó de Bosnia –a donde ha vuelto hace unos años– y se exilió con su familia en distintas ciudades de Estados Unidos (entre ellas Arizona y Washington). En Diarios del olvido se percibe eso que otros autores de la generación partida han llamado por el nombre de bosniedad. Quiere decirse, en fin, ese sentido de expatriación y desarraigo en tierra extraña o mal prestada, que se sufre además a una edad donde ya resulta difícil afrontar la vida como segunda vuelta sin garantías de que nada nuevo vaya a comenzar realmente. Cada cual a su modo, la bosniedad también la han compartido –y padecido– otros escritores bosnios que dislocaron su identidad nacional –fuese eso lo que fuese– y se exiliaron en Estados Unidos (Aleksandar Hemon o el genial pero desastroso Dario Dzamonja), o bien en Europa (Velibor Colić o Faruk Sehić, ambos escritores y ex combatientes en la guerra).
Con todo, Diario del olvido no es ningún ajuste de cuentas con el desarraigo. O no sólo eso. Memoria y exilio están presentes, resulta inevitable; pero lo que fluye en las tres historias dadas (padre, madre, hijo) obedece más a una suerte de investigación literaria, escrita en fragmentos, acerca del poso que llegan a compartir, como una misma cosa y su contraria, recuerdo y olvido, presente y pasado.
En la primera parte del libro Semezin Mehmedinović narra su propia experiencia tras sufrir un infarto, como si él mismo se viera desde fuera. La segunda parte es toda una road trip entre el padre y su hijo Harun, convertido en fotógrafo: ambos atraviesan en coche las vastedades geográficas de Estados Unidos (Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, California, Utah). Todo un contraste: de la estrechez asfixiante durante el asedio en Sarajevo, a la libertad ancha y generosa de los paisajes indomables de Estados Unidos (era, lógicamente, antes de que llegara la era Trump).
Por último, la tercera parte se centra en la embolia que sufrió su mujer Sanja. El autor descifra así los extraños manejos del cerebro (tan parecido al rugoso fruto de una nuez, como se dice en el libro), y donde todo recuerdo, como le ha ocurrido a la temperamental Sanja, ha quedado fumigado. Su memoria, al cabo, se convirtió en un conjunto vacío de olvidos y de espacios en blanco.
Autoficción. Fragmentarismo. Autobiografismo. Palabras tal vez solemnes o desalentadoras, pero que no deben restar interés por una obra que rebosa auténtico amor y reparación melancólica. La vida, en último término, vindica su canto por encima de la enfermedad. Con sus recuerdos, el pasado adquiere como un nuevo formato que explica y da forma literaria, visual y lingüística al presente.
Elogiado en su día por Paul Auster (lo comparó con Ernest Hemingway), Semezdin Mehmedinović concibe su literatura desde la hibridez. Huye de las formas cerradas. Diarios del olvido, como él mismo dice, se puede leer como un libro de recuerdos. En él se cuentan cosas que le ocurrieron de verdad, pero en la estructura hay elementos de novela. Y también se puede leer, en conjunto, como tres ensayos, donde cada fragmento puede ser un poema en prosa y, a la vez, una pequeña autobiografía a partir de la verdad, pero que permite describir toda una vida entera.
Como concepto literario la imagen es importante porque, a decir también del autor, le permite reinterpretar lo emocional. En Diarios del olvido, como en el resto de su obra, las emociones se expresan a través de imágenes. Por eso las ilustraciones que contiene el libro (impecablemente editado) tienen su importancia. No son meras ilustraciones como tales, sino que son parte integrante del propio texto, en pie de igualdad con la letra escrita.
De todo ello se habla en la entrevista que el traductor Marc Casals Iglesias sostiene con el autor en el mismo Sarajevo. El texto se incluye como coda en las páginas finales de este sugerente libro.
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