El claustro de la Catedral de Almería, barrera ante el mar

V Centenario Catedral

El magnífico claustro neoclásico es la última gran obra acometida en la catedral de La Encarnación y cerraba la fortaleza por el lienzo sur

Claustro de la Catedral de Almería / Rafael González
Antonio Sevillano

04 de octubre 2024 - 06:01

Corría el final del siglo XVIII y con anterioridad fue huerto (con noria y fuente) y cementerio, protegido por simples tapias a partir de 1642. Es en 1779 cuando el Cabildo propuso el proyecto a Carlos III -durante la prelatura de fray Anselmo Rodríguez; siendo el arquitecto Juan Antonio Munar, bajo la supervisión de la Real Academia de San Fernando. Su construcción concluyó en 1795. 

Desde la nave lateral de la Epístola, junto a la Sacristía, se accede a través de una puerta en madera de nogal de doble hoja sobre las que en 1752 se tallan sendos jarrones de azucenas, símbolo identitario de la seo. El labrado del arco ojival es de autor desconocido, anterior a Juan de Orea, de los llamadas “isabelinos”, por pertenecer al periodo de su erección por los RR.CC. Surmentando el arco, en una pequeña hornacina se deposita una imagen de la Inmaculada.

Ya en su interior, se elevan cuatro palmeras y una araucaria de gran porte. El corrido perímetro claustral se enmarca por una sucesión de treinta estilizados arcos torales sobre pilastras. El recinto intimo (“galería que rodea el patio principal de una iglesia o convento”) se destinaba a los servidores del templo: procesiones, viacrucis, etc. Adosado al ángulo de poniente se trasladó la cruz de mármol -diseñada también por Munar- que en su momento presidió el centro del cuadrilátero, próxima a una fuente desaparecida en una de sus reformas. Una entrada alternativa se abre por la calle Velázquez (siendo Enrique López Rull el arquitecto diocesano y provincial), antiguamente al servicio de la parroquia del Sagrario y hoy, modernamente rehabilitada, al Museo Diocesano (sobre el dintel del de levante campea el escudo eclesiástico del anterior obispo, Adolfo González).

Pintura del claustro, obra de Carmen Marìa Martìnez / Diario de Almería

Cerrado casi exclusivamente a actividades litúrgicas propias, en el transcurso del obispado de Gómez Cantero se aperturó total y públicamente a múltiples convocatorias culturales, artísticas, académicas, vecinales, etc. Entre ellos los programados actos con motivo del Año Jubilar. La iniciativa ha sido calurosamente acogida por la gran mayoría ciudadana y de aquellos que nos visitan, en progresivo aumento. Otra posibilidad de contemplarlo es incorporarse a los recorridos guiados, conjuntamente con la torre-campanario y el Museo. Recientemente ha sido repuesta en el claustro la imagen en mármol de la Virgen con el Niño, de estilo manierista de finales del siglo XVI, recientemente restaurada. En la pared colindante a la nave de la Epístola abrieron una escalera de bajada a la cripta (bajo dos capillas) en las que están enterrado el obispo Alfonso Ródenas y distintos canónigos. El claustro -valga como corolario. sirve de “salón distribuidor” a distintas dependencias, al interior de la seo y al exterior.

LÁPIDAS

Adosado a los muros del claustro se alinean verticalmente varias losas sepulcrales, todas de mármol blanco y correspondientes a otros tantos obispos; buena parte de ellas ilegibles para los no iniciados debido al paso del tiempo. Para dar a conocer sus epitafios, hemos consultado las monografías de heráldica religiosa y epistolario de Ruz Márquez y Lázaro Pérez.

A diferencia de la contemporaneidad, desde la cultura romana el latín fue el lenguaje que sirvió de vehículo (hablado y escrito) entre las ciudades y ciudadanos del Imperio. Idioma que la Iglesia incorporó igualmente en la alta Edad Media en sus textos, incluidos los funerarios en catedrales, templos, ermitas o cementerios privados y públicos. Lapidarios en mármol blanco de Macael, Sierra de Filabres, Alhama u otras canteras almerienses. Pero antes de continuar debemos subrayar la figura de un clérigo de gran poder entre los servidores catedralicios.

En el centro del crucero por el que se asciende al altar mayor, una borrosa losa sepulcral de 200 x 85 cm. cubre los restos de Francisco Ortega, desconocido para la inmensa mayoría de quienes a diario transitan sobre ella: deán del Cabildo, sobrino de Juan de Ortega, primer obispo nombrado para la Silla de San Indalecio después de la “toma” de Almería; quien al igual que sus dos sucesores (Francisco de Sosa y Juan González de la Parra) tampoco habitaron en la ciudad asignada.

Francisco Ortega dirigió la Diócesis con firmeza y solvencia, pese a los escasos recursos monetarios. Entre sus iniciativas contabilizamos la dotación de una beca para que un joven pudiera cursar estudios en Salamanca. Por Pascual Orbaneja sabemos que en su testamento (1543) ordenó ser enterrado en la primitiva catedral de la Almedina y que su cuerpo fuera trasladado a la nueva en construcción en la Musallá Y así se hizo. Con grafía de regular tamaño, es prácticamente indescifrable, aunque se distinguen el escudo familiar y algunas frases aisladas (Lázaro López. “Epitafios latinos de la Catedral de Almería de los siglos XVIU-XVII”). Cabe señalar que el cadáver se orienta en dirección al citado altar mayor:

“La muerte llega un año y día determinado… año y día la muerte segura avanza”. O bien: “Don Francisco Ortega primer Deán… el año 1584 de la Era hispánica… año del Señor 1546…”.  

La de Juan García (1587-1601) estuvo “primitivamente en el centro de la capilla Mayor, de donde fue arrancada en 1780 cuando se soló de mármol dicha capilla”. Se trata de un blanco tablero muy desgastado:

“Aquí yace el Doctor Don Juan García nacido en el pueblo de Tozalmoro, cerca de Numancia, varón muy distinguido por su prudencia, hechos y ascendencia, destacado doctor de la Academia Complutense, colegial de San Ildefonso, honra y ornamento singular de este centro, en otro tiempo merecidísimo moderador de Sagrada Teología y Obispo irreprochable de esta Santa Iglesia a quien el decano y Cabildo decidieron dar sepultura en este lugar. Murió el último día del año 1601. “Consagrado a Dios Óptimo Máximo”.

En tosco mármol de 230 x 110 cm. se graba el escudo episcopal de Luis Venegas de Figueroa. La lápida, según Orbaneja, “estuvo en un principio en la Capilla mayor, al lado del Evangelio” -de donde fue trasladada, probablemente el año 1780, al colocar un nuevo enlosado-, hasta el claustro de la catedral:

“Aquí está enterrado el que en otro tiempo fue ínclito varón ilustrísimo y reverendísimo señor don Luis Venegas de Figueroa, cordobés. Fue en primer lugar visitador general de la Diócesis de Pamplona, igualmente canónigo doctoral de la iglesia de Sigüenza, a continuación , extraordinario provisor del Arzobispado de Sevilla, honradísimo inquisidor a favor de la fe contra la maldad herética en Valencia, de aquí, por méritos propios pasó a ser maestrescuela de la iglesia de Salamanca y del Ateneo, y finalmente por el enorme cúmulo de sus virtudes y ciencia nombrado Pontífice de esta Iglesia. Aquí aguarda la común resurrección de los muertos, la gloria del suyo propio y la vida libre de muerte. Murió el año del Señor de mil setecientos cincuenta y uno, treinta de mayo, martes, a la edad de sesenta y seis años”.

La de fray Andrés de la Moneda Cañas y Silva, de la Orden de San Benito (1683-1687) procede (prosigue Orbaneja) del lado del Evangelio de la Capilla mayor. El lacónico texto epigráfico (con un error del marmolista en cuanto a la edad) está sin enmarcar:

“Aquí está enterrado el Ilustrísimo y Reverendísimo D. Fray Andrés de la Moneda, Obispo de Almeria y Consejero real. Falleció el 13 de marzo de 1685”.

El epitafio de Domingo de Orueta y Ceciaga reza:

“Aquí yace Orueta, aquí Adra: el amor guarda los restos de los dos en el mármol testimonial. Ambos tuvieron una misma salvación. Una misma es la muerte de los dos: la ciudad que languidece estaba viva mientras él vivió. Como ángel de la paz, él fue soporte de los indigentes. La paz, el pastor y el pobre yacen enterrados conjuntamente. Murió el 4 de marzo. En el año 1702”. Confunde la diócesis de Abdera por la de Almeria, error relativamente común en la época. Procedía de la Capilla mayor, sepultado allí por indicación del Cabildo. 

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