La Catedral de Almería, una iglesia "fuerte"
V Centenario Catedral
Fue erigida por los Reyes Católicos mediante decreto firmado en La Alhambra en 1492 y declarada monumento histórico-artístico por la República en 1931
La catedral es historia viva de la ciudad de Almería. Un libro abierto por cuyas páginas transitan penas y alegrías, prosperidad y penurias. Tiempos de paz y de guerras, epidemias y periodos esplendorosos. Secularmente rayana en la pobreza o con carencias presupuestarias, pero de capital influencia sobre la ciudadanía, a pesar de los desencuentros puntuales ante la administración municipal y estatal. Y mirador privilegiado donde contemplar desde su pétrea monumentalidad el entramado urbano horizontal y de escasa altura en unas viviendas que se abalconaban frente a la bahía azul. Tal como adelantábamos, fue erigida por los RR.CC. mediante decreto firmado en La Alhambra por el cardenal primado Pedro González de Mendoza el 21 de mayo de 1492, fijándola en la aludida mezquita mayor; cristianizada bajo la advocación de Santa María de la Encarnación. El Libro del Apeo y Repartimiento de Almería -analizado por la historiadora Cristina Segura Graìño- confirma los beneficios que ya venía gozando aquella y los amplía con casas, árboles, huertos, molinos, etc. Por otra disposición regia sabemos que controló la gestión y distribución del agua en la ciudad; norma que durante centurias fue motivo de enconados litigios entre los Cabildos catedral y Consistorio ante la Real Chancillería de Granada. Al ser el segundo monumento de la provincia (tras la Alcazaba), su historia y singularidad como fortaleza (aunque no la única de España ni en la provincia) está profusamente estudiada y divulgada por propios y foráneos. No obstante, valga un ramillete de noticias.
El seísmo de septiembre de 1522 no fue tan devastador como se ha venido repitiendo. Prueba de ello es que la mezquita aljama sacralizada continuó dedicada al culto tres décadas más. Al año siguiente incluso se construía una capilla mayor y el coro bajo las directrices del maestro Gómez de Carmona. Las obras prosiguieron y se mantuvo abierta hasta ser bendecida la nueva. Fue Fernández de Villalán el que, no sin fuerte oposición vecinal y arte del clero, decidió -con la anuencia de la Corona y en contra de la Capitanía Militar de Granada- levantar una nueva en la Musallá, sobre el solar del Oratorio musulmán al aire libre. No solo se optó porque la mezquita quedase resentida (que también), sino por cuestiones ideológicas, políticas, propagandísticas y de prestigio personal de Villalán, Carlos V y Felipe II. Junto a canteros norteños, en su construcción se distinguió el buen hacer de Juan de Orea Racionera, autor de las dos puertas principales, coro y sepulcro del prelado. Las obras comenzaron el 4 de octubre 1524 (día de San Francisco), concluyendo su primera etapa en la década de los cincuenta del mismo año. La torre-campanario, sacada de cimientos, debió esperar al episcopado de Juan Castillo de Portocarrero. Y más aún el claustro.
Parroquias y Órdenes religiosas
La bula pontificia de erección de la catedral dictada por Inocencio VIII autorizó la apertura de cuatro parroquias en la diócesis de San Indalecio, por decreto de Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, el 25 de diciembre de 1505: Mayor, San Juan, San Pedro y Santiago. La primera, en la propia catedral de la Almedina; San Juan no es la conocida actualmente, sino una existente en la plaza de Los Zarzosas (hacia el final de calle La Reina y cercana al pilar de la Polka), desaparecida prontamente y reconvertida en oratorio por Juan Castillo de Portocarrero en fecha indeterminada. San Pedro (el Viejo) se alzó sobre una mezquita transformada en recinto sacralizado católico durante el mandato del mencionado Portocarrero, permutando su ubicación con el desamortizado convento de San Francisco, en la plaza del mismo nombre. Por último, Santiago, en solares de la familia Briceño (Plaza Vieja y monasterio de Las Claras), aunque Fernández de Villalán la llevó junto a la Puerta de Pechina y Aljibes, a otro morabito musulmán, del que la hoy capilla de Santa Lucía es -cabe la hipótesis- su vestigio tangible. En cualquier caso, su autoría también se debe a Juan de Orea.
Destinado al culto y clero, todas percibieron la dotación económica correspondiente al diezmo de la Iglesia. Por cédula de la reina gobernadora, Mariana de Austria, una centuria después (julio, 1673) se les sumó una quinta: San Sebastián de las Huertas, única a extramuros y del cinturón amurallado la de mayor demarcación geográfica: de la Vega próxima a los Llanos del Alquián, Genoveses y San José. Levantada sobre la primitiva ermita de San Lázaro, abandonada cuando el traslado de los Trinitarios; las obras (a excepción de la fachada principal a la plaza) finalizaron un lustro después, bajo el obispado de Antonio de Ibarra, cuyo escudo campea en la fachada. Distintas ermitas completaban el programa de oratorios menos ostentosos y más populares: San Juan (Alcazaba), San Gabriel (calle Real), San Roque (La Chanca), San Cristóbal, San Lázaro (en las Huertas), Santa Lucía (Santiago) y San Antón y Santa Ana (Almedina).
Declarada monumento histórico-artístico por la República en junio de 1931, la catedral es el segundo monumento de la provincia. Por tanto su historia y singularidad castrense de fortaleza religiosa -no la única: véase la iglesia de Vera, Mojácar, Vícar o Felix, por ejemplo- está profusamente estudiada. Todo comenzó con el terremoto sufrido el 22 de septiembre de 1522 que cambió radicalmente la fisonomía urbanística; cobrándose centenares de víctimas y afectando seriamente a viviendas y murallas.
El médico alemán Jerónimo Münzer visitó Almería en octubre de 1494, dejando escritas páginas de innegable valor documental en el marco temporal de la transición musulmana al nuevo estado católico, aunque un tanto exageradas en aspectos puntuales. Describe la sacralizada mezquita mayor de la Almedina -antecedente de la actual catedral y hoy iglesia de San Juan-, de la que solo se conserva parte del muro de la quibla y el mihrab, afirmando que es de los mayores y más bellos templos del Reino de Granada. Antes del terremoto –prosigue- había en la ciudad grande afluencia de mercaderes, por causa de que en sus fábricas se elaboraban más de doscientos centenarios de seda, y así, con los donativos de aquellos y de otros fieles, llegó a tener riquezas fabulosas.
“Está sustentada por (sic) unas ochocientas columnas y en tiempos de los moros ardían en su recinto más de un millar de lámparas (de aceite)… En el centro del edificio hay un amplio jardín de forma cuadrada plantado de limoneros y de otros árboles, enlosado de mármol, y en medio de él la fuente en donde los fieles… se lavan antes de entrar… El cual mide ciento trece pasos de largo por sesenta y dos de ancho. Dijéronme que en tiempos de los moros había en él quinientos sacerdotes encargados del culto… En el altar mayor vimos dos lámparas de gran tamaño hechas con vidrios de colores traídos de la Meca, que es donde está el sepulcro de Mahoma…”. Al hilo del comentario del ilustre visitante, debemos aclarar que nada de este suntuoso mobiliario aparece en el primer inventario que se hizo de la catedral antigua en 1551. Lo más probable es que desapareciesen a consecuencia del terremoto de 1522.
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