Caricatura de la obra maestra de 1937

La ficha
● 'Blancanieves'. Fantástico, Estados Unidos, 2025, 109 min. Dirección: Marc Webb. Guion: Erin Cressida Wilson. Fotografía: Mandy Walker. Música: Jeff Morrow, Benj Pasek, Justin Paul. Intérpretes: Rachel Zegler, Gal Gadot, Andrew Burnap, Ansu Kabia, Hadley Fraser, Lorena Andrea.
Los grandes estudios siempre han tirado de su fondo de armario para hacer nuevas versiones de películas que en su día tuvieron éxito. En unos casos las mejoraban y en otros las empeoraban. Lo que nunca se ha dado es que una productora que tiene en su catálogo, sobre todo en lo que se refiere a los largometrajes producidos bajo la inspiración de su genial fundador, desde 1936 a 1966, o lo que es lo mismo desde Blancanieves y los siete enanitos a El libro de la selva, pero también a muchos de los creados tras su resurrección con La sirenita en 1989, dilapide su patrimonio artístico para exprimirle más pasta. Ha sido y es una mala idea volver a rodar en imagen real o acción en vivo, unas veces con resultados aceptables (101 dálmatas -gracias a la gran Glen Close-, El libro de la selva) o con resultados artísticamente deleznables (Alicia en el país de las maravillas, Dumbo), las obras maestras clásicas o modernas del estudio.
Ahora atacan al origen de los largometrajes con los que Disney revolucionó, tras haber revolucionado los cortometrajes, la animación. Nada menos que aquella Blancanieves y los siete enanitos que en 1937, por su genialidad artística, por su creatividad técnica y por ser el primer largometraje de animación, ocupa un lugar de honor no solo en la historia del estudio, sino en la del cine. La dirige, es un decir, el creador de vídeos musicales y teleseries Marc Webb, autor en cine de una buena comedia ((500) días juntos, una mala película de superhéroes (The Amazing Spider-Man), una correcta comedia de superación (Un don excepcional) y pésimo melodrama blandiblú (Canción de Nueva York). Muy pobre equipaje para poner las manos sobre esta obra maestra.
Aunque es una gigantesca producción en la que el director no debe contar mucho (lo que tampoco quiere nada: algunos de los peores trasvases Disney a imagen casi real o live action sufrieron las ínfulas de autor de Tim Burton). En lo que de seguro más se ha debido trabajar es en sortear las restricciones de la corrección política, es decir, la blancura de Blancanieves, el enanismo de los enanos, el papel de la mujer reducida al aseo y manutención de los hombres y a la limpieza de la casa, y, por supuesto, el no consentido beso resucitador. Lo han intentado solucionar con enanos virtuales o digitales que solo ofenden a los ojos por su rijoso acabado, dotando de cierto carácter antisistema a la protagonista, poniendo la belleza moral por encima de la física. Porque si en la original de 1937 la reina era tan guapa como Blancanieves, e incluso más morbosamente atractiva, aquí la mala, una envarada Gal Gadot, es más atractiva que su víctima, Rachez Zegler, la intérprete de West Side Story, el mayor error y horror de la carrera de Spielberg, tan sosa allí como aquí. Y resignándose al beso no consentido porque no encontraron forma de que la muerta por envenenamiento diera su consentimiento (aunque, eso sí, el príncipe, Andrew Burnap, por lo menos se ha convertido en un rebelde).
La potencia visual del original se convierte en brilli-brilli kitsch y la música y las canciones de Jeff Morrow, Beni Pasek y Justin Paul deben hacer que los huesos de Frank Churchill, Paul Smith y Leigh Harline, autores de la banda sonora del 37, se revuelvan en sus tumbas. Todo para nada. O, mejor, todo por la pasta. Hasta el patrimonio creativo del estudio.
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