La Virgen del Mar en la Historia de Nuestra Salvación (II)

Es mi deseo y mi intención, que tengan el gusto de lo imperecedero, el aroma de la vida eterna con madera de cruz y trigo candeal, un color transparente como la brisa, un brillo de sol

La Virgen del Mar en la Historia de Nuestra Salvación (II)
La Virgen del Mar en la Historia de Nuestra Salvación (II)
Miguel Iborra Viciana

18 de agosto 2019 - 19:57

Puedo así caminar por cualquier horizonte y recorrer los confines del mundo sin que me sienta huérfano.

Adonde vaya estarás a mi espera. Como la sombra que proyecta mi cuerpo, y llega a cada cosa primero que mis pasos.

Virgen del Mar, trazo solamente, Madre, para dejar que mi corazón cante en su propio lenguaje. Bajo tu protección me acojo, Santa Madre de Dios. ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!

La providencia ha dispuesto que sea yo quien este Año de gracia, de nuestro sesenta aniversario, me dirija a Ti con filial respeto, con tacto, suavidad, amor y mirándote con infinita ternura. Quiero hacerlo, pero no sé si encontraré las palabras adecuadas para ensalzar debidamente tu gloria, pues han sido tantas veces las que me he estremecido de alegría, de esperanza, de plenitud y has gastado tanta ternura en acercarme hasta Ti que ya no sabría vivir sin Ti como referencia.

Te ruego derrames TÚ Gracia para exponer con precisión mis deseos.

Necesito estrenar palabras recién acuñadas, con copos de nieve, rayos de sol y perfume de nardos.

Necesitaría hacerme niño, porque Tú, Madre, eres la que sabe la verdad de las cosas.

Necesito un largo, profundo y sereno silencio donde se oyeran tus pisadas en las “arenicas” de Torregarcía, para que en ese silencio caiga una campanada, como una estrella, como el sol que todo lo llena, la única palabra nueva: Madre, o esta otra que es igual, Virgen María.

Desearía que mis humildes letras, sencillas y límpidas, las pudierais degustar con el paladar del alma, como diría san Agustín.

Este es mi deseo y mi intención, que tengan el gusto de lo imperecedero, el aroma de la vida eterna con madera de cruz y trigo candeal, un color transparente como la brisa, un brillo de sol que alumbre una fragancia de ternura infinita y un perfume de misericordia que se expande por todo el ser.

El nombre de María es el otro nombre reconfortante de la oración sencilla, Miryam, Señora del Mar, un nombre realmente sonoro, y además polifónico, porque al pronunciarlo se oye el eco celestial sobre las olas. Con la Virgen del Mar se descubren nuevos mares cuanto más se navega. Era una ola tibia de ternura, de misteriosa confianza, rumor blando, limpio y cariñoso, acariciado por la espuma con sus aguas frescas. Escucha el eco que repite su nombre, como la caracola, el ruido de los mares.

Cuán alegre se anunciaba la aurora. Su presencia era silencio, llenando el vacío, y la pleamar creciente, invadiendo aquella playa secreta aún adormecida en las arenas donde el sol preconizaba izarse. Al fondo, el límite donde termina el mar y da comienzo el cielo, donde apuntan las blancas gaviotas el indiviso plano de una ruta infinita.

A pesar del oleaje Ella se acercaba lenta y oculta entre las aguas. Se iba arrimando pausadamente hasta la orilla, como pidiendo permiso para arribar a la playa de Torregarcía, pero de una manera abierta y transparente, mirando el torreón y golpeando suavemente y con prudencia, como si fuese el corazón de los almerienses.

Llegó con el rostro humedecido al mar interior de los almerienses y el repicar lejano de las campanas suena a gloria, corazón de fiesta que va soltando las amarras y zarpa buscando albergue y derramando ternura sobre el niño que duerme.

Y desde entonces nosotros ya nunca más fuimos ajenos a las cosas eternas y nuestra fe siempre -o casi siempre- miró a la eternidad que nos inunda, alba de un sol naciente.

Por fin descubrimos el amor a María, el que se escribe con letras mayúsculas, y empezaron a salir de nuestra boca alabanzas y bendiciones, que colman las insatisfacciones de nuestra cansada vida y nos da a gustar el sabor ansiado de su amor maternal.

Ahora ya somos conocedores de lo que nos acerca y separa a nuestra Madre, la Santísima Virgen. Nos va mucho en decidir amar lo que tenemos entre manos, amar nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra hermandad, querer lo que nos pasa, aunque no sea exactamente lo que nos hubiera gustado. Quien ama puede ser feliz en cualquier situación porque lo que da paz y alegría al alma no son las circunstancias, sino un corazón amante. María lo supo bien, Ella nos enseña a vivir ese olvido de Sí, en los momentos de gozo y de dolor, de luz y de gloria.

Página web y Facebook de la Hermandad de la Virgen del Mar de Almería en Madrid.

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