Manolo del Águila en el décimo aniversario de su muerteVisita a la casa familiar de Celia Viñas

Manolo en su casa de Costacabana.
Manolo en su casa de Costacabana.
F. Capel Del Águila - Sobrino de Manolo del Águila

08 de noviembre 2016 - 00:19

A las 7.30 del día 8 de noviembre de 2006, cuando el otoño despliega los colores cálidos de los árboles, Manuel del Águila, con el gesto muy relajado, inició su último viaje. Su rostro no parecía observar el tiempo que había pasado por él. Era una mañana muy luminosa y el mar tomo el azul intenso de un cielo despejado. Como comentaba un amigo suyo, Manolo "se marchó pa la mar", ligero de equipaje, hablando y escuchando casi hasta la hora límite de su despedida..., como siempre había vivido. De un día para otro, todo lo que había permanecido firme durante tantos años se desmoronaba como un decorado, como una entelequia.

Es difícil escribir sobre Manuel del Águila, sin repetir lo que otros han escrito antes y después de su muerte. De su vida y de su obra se han ocupado ilustres escritores retratando este personaje polifacético, inquieto por acudir a todas las manifestaciones culturales que se desarrollaban fuera y dentro de su mítica ciudad de Almería a la que nunca quiso abandonar. Salía al mundo a mirar, después de sus múltiples viajes culturales, adiestrados y alimentados con lecturas, siempre volvía a su tierra, a sus refugios: a su "casa de los siete balcones", rodeado de libros y de pentagramas, y a su casa del mar, en Costacabana para seguir observando la luz del faro de Cabo de Gata y el ruido continuo de las olas. No era una huída de la rutina, era curiosidad, ese gran motor del conocimiento, por lo desconocido.

Manolo organizó su vida de tal forma que le permitió dedicarse a múltiples facetas culturales como dibujar, escribir, componer, enseñar, viajar... etc y, sobre todo, hablar con la gente. Tenía multitud de recursos para amenizar las reuniones, allá donde se encontraba. Y lo verdaderamente maravilloso era la capacidad que tenía para extraer de la conversación las pequeñas historias, historias minúsculas a veces, a las que luego le daba forma. En sus múltiples artículos publicados en prensa Manolo del Águila comentaba cualquier acontecimiento social, político o cultural. Reflexionaba sobre hechos de la vida cotidiana en un lenguaje claro. Era capaz de argumentar consideraciones notables sobre la sociedad y sus problemas.

El relato de su vida es mucho más que una suma de anécdotas, es la historia de un hombre que busca el sentido de la vida. Tuvo la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes como insistía Freud.

Repasando mis notas de las conversaciones que mantuve con mi tío durante sus últimos días, los tiempos se mezclaban y el relato saltaba atrás y adelante al hilo de los recuerdos, en donde entraban muchas personas de su pasado y de su presente. Aquellos primeros años vividos en su pueblo, El Alquián se apilaban cual camuflados en su memoria, como si quisiera que pasaran inadvertidos. De la obra de su vida, me comentaba, que no cambiaría ni una sola palabra, ni un solo acto, ni un solo beso…, todo ha sido como tenía que ser. Me habló de sus múltiples amigos y, como no, de su amiga, Celia Viñas, de su vitalidad y su gran capacidad de trabajo. Mantuvo una relación de amistad y de colaboración con ella durante todo el tiempo que vivió en Almería. La casa de Manolo, fue su cuarto de estar para leer, charlar y, sobre todo, para oírle al piano. Le encantaba que le tocara su famosa canción "Si vas pa la mar". Fue de las primeras personas que escuchó la melodía del himno de la Virgen del Mar.

Han pasado ya diez años desde su fallecimiento y me pareció oportuno devolver el libro que me había dejado de Celia Viñas, "Trigo del corazón", a su familia. Encuadernado en piel roja y letras doradas lleva, antes de la lectura del texto, una serie de hojas que contienen cartas, artículos de prensa y comentarios que forman parte del libro. La dedicatoria del libro a Manolo está compartida con las de su padre, Gabriel Viñas, la de su maestro, Gabriel Alomar y la de su discípulo, Gabriel Espinar. Cualquier libro es una ventana abierta, a veces a una época y un momento determinado, otras al mundo interior del que lo escribe, de ahí que consideré que la persona más adecuada para tenerlo era su sobrina, Celia Riba Viñas, encargada de poner en orden su inmenso archivo.

A finales de mayo me desplacé a Palma de Mallorca para conocer el entorno donde Celia había vivido, la iglesia donde se casó con Arturo Medina el 8 de septiembre de 1953 y la casa familiar donde pasó una parte importante de su vida hasta su traslado a Almería en 1943. Una casa de dos plantas que construyeron sus padres en 1923 en el nº 18 de la calle Llorenc Riber y en donde vive su sobrina, que me recibió con una sonrisa amable. Al entrar en la casa las contraventanas mallorquinas cortaban la luz en rayas paralelas que iluminaban las habitaciones de una forma especial. Los rincones de la casa estaban repletos de objetos personales de todo el mundo que rebosaban humanidad. Los libros, al igual que en la casa de Manolo, se amontonaban en estanterías forrando las paredes. Alguna pieza de vidrio mallorquín y cacharros de Níjar, presencia almeriense, se dejaba ver entre las hileras de obras. Los espacios libres lo ocupaban los cuadros de pintores muy diversos: paisajes urbanísticos de los hermanos Moscardó, del mallorquín Pau Lluis Fornes, del grupo indaliano, como Cañadas, una litografía de Miró y pequeños dibujos originales de Picasso.

Nos sentamos en una sala, que tenía un pozo de agua incorporado, frente a un jardín con multitud de plantas traídas de otros lugares. Hablamos de todo un poco, sobre las personalidades de ambos amigos, sus aficiones culturales y también, como no, de la obsesión de Celia por la maternidad.

Nacieron con un año de diferencia, pero con Manolo el tiempo fue mucho más generoso. Se conocieron junto al mar y se hicieron grandes amigos. En la playa de Villagarcía se juntaban muchos amigos que tenían caseta de baño y hacían tertulias sobre la arena caliente de la playa. Un foro dialéctico de la vida franquista almeriense. Ambos sentían la atracción por el mar mediterráneo:

"En mi vida el mar es mucho y creo que en algunos momentos ha sido el más profundo de mis amigos" (Celia)

"Porque nací en la orilla de un mar riente y viejo,

llevo dentro de mí, un marino que manda

y un marino que sueña y mira las estrellas..."(Manolo)

Se pasaban la vida leyendo y escribiendo. Federico García Lorca y Miguel Hernández eran, entre otros, dos de sus autores preferidos.

"Y leo para que mi pensamiento descanse en el pensamiento de otro ser. Ese es uno de los grandes privilegios que nos concede la vida…" (Celia)

"Un sentencia de Séneca, una descripción de Cervantes, un soneto de Lope,… tienen la misma emoción que una bella melodía…"(Manolo)

A ambos les gustaba la enseñanza y hablaban con sus alumnos de todo, no solo de la asignatura, hacían prodigios con la palabra. Les instruían en la lectura, incluso de libros prohibidos en la época.

La Asociación Cultural "Manuel del Águila" (ACMA), formada por un puñado de amigos que se mantienen fieles desde su constitución como Emilio Esteban Hanza, Pilar Quirosa-Cheyrouze, Francisco Moncada, Francisco Cortés, Juan Pedro del Águila y Francisco Capel ha mantenido latente su memoria durante esta década, organizando diversas actividades culturales alrededor de su figura, relacionándolas con la música y la poesía.

En este décimo aniversario la ACMA, junto con la Asociación Filarmónica de Almería, han organizado un concierto homenaje a cargo del jovencísimo pianista Matteo Giuliani que actuará el día 8 a las ocho de la tarde en la Escuela Municipal de Música y Artes de Almería, incluyendo en su programa una de sus obras. Y el día 9, a las once de la mañana, el Ayuntamiento de Almería, con la presencia del Excelentísimo Sr. Alcalde, colocará una placa en el domicilio de la calle Granada, nº 8 donde el ilustre almeriense vivió más de siete décadas para que sea recordado por las futuras generaciones.

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