El último martinete
El periodista José Luis Gálvez Cabrera, responsable de la web 'Triste y azul', publica un acercamiento al desaparecido cantaor jerezano Diego Rubichi.
Aljibe Jondo. Diego Rubichi. Guitarra: Curro de Jerez. Textos de José Luis Gálvez Cabrera. CD + Libro 175 pp. El Flamenco Vive
La última vez que lo vi, y ninguno de los allí presentes imaginábamos que era una despedida, porque se fue poco después, muy pronto, mucho antes de lo que esperábamos, fue en una cochambrosa cochera de la barriada del Rocío, a las afueras de Jerez, acondicionada como peña flamenca. Le tocaba su hijo Domingo. Con su hilo de voz fue deslizando todo el dolor de La Plazuela: soleares, seguiriyas, tonás. Sus cantes. En la cochera nos arremolinábamos en pie jerezanos y extranjeros, japoneses y santiagueros, todos rendidos admiradores del arte singular de este extraño cantaor de San Miguel. El último martinete, puesto en pie.
Rubichi se había trasladado a las afueras, pero lo normal era verlo en el barrio. En La Plazuela. Sentado en la terraza del bar La Vega, con pantalón rojo y camisa oscura, haciendo tertulia con Paco Cepero y otros aficionados. Porque el arte de Rubichi era quinta esencia de La Plazuela: estilos modales dichos con total austeridad formal. Eso sí, Diego unía a estas características estéticas su voz única, plena de armónicos, que, en un hilo casi trasparente, acumulaba toda la paleta de colores flamencos.
Diego de los Santos Bermúdez había nacido en Jerez de la Frontera en 1949. Hijo de Domingo de los Santos Gallardo Rubichi y sobrino de Agujetas el Viejo y El Chalao. Se inició en los años sesenta de la mano del tocaor Manuel Morao, como tantos intérpretes de su generación y posteriores, y mantuvo siempre una actividad profesional muy discreta, localizada en su pueblo natal y en señalados festivales de corte tradicional. Su obra discográfica está vinculada a Francia ya que, de sus tres discos en solitario, los dos primeros (Par le fer et par le feu, Flamenco pris sur le vif, 1993 y Luna de calabozo, Auvidis, 1996) fueron publicados en el país vecino; y el tercero es una actuación en directo en la capital francesa con la guitarra de su hijo Domingo (Rubichis, Peña Los Cernícalos/Bujío, 2006). Se fue de un ataque cardiaco, cuando nadie lo esperaba, el 3 de agosto de 2007, con 58 años.
Era uno de los pocos cantaores contemporáneos a los que determinados cantes, a los que les ha caído una losa de solemnidad y rigidez, no le sonaban ni pedantes ni rígidos. Hablo de los martinetes, de las seguiriyas, que Rubichi hacía con la naturalidad con la que respiraba, quizá por sus condiciones vocales tan particulares: una voz queda, pero a la que dotaba de un timbre aéreo, pleno de colores en su trasparencia. Porque en Rubichi el oyente no admira al artista sino al individuo, al ser humano que se duele.
Hay muy pocos cantaores contemporáneos que me gusten por martinetes. Es un estilo tan austero, tan emocionalmente básico, que no cabe en él la más mínima floritura. Esa íntima oración al dios del fuego, rito de Oggun, que es puro llanto, puro lamento, rebelión contra los reveses de la vida, siendo también un canto vital, está al alcance de unos pocos. De ahí que en esta obra, la toná y la saeta estén expuestos a continuación la una de la otra, como cierre del disco. Pocos cantaores contemporáneos resistían esta prueba. Más humana no puede ser la letra de la saeta: "En puerta, en puerta/ yo voy mangando limosna/ pa un hábito pa mi madre/ pa un hermano que tengo malo en la cama". Economía de medios: no se puede decir más con tan poca voz.
El libro hace un repaso apresurado a la vida y a la obra de Rubichi, con cuatro discos en solitario, incluyendo el que acompaña a esta edición, inédito hasta la fecha, y cinco colectivos. De todos ellos, Luna de calabozo es el único grabado en estudio en toda su extensión, lo que demuestra que el cantaor, pese a lo limitado de su voz, se bregaba en el directo, que era su espacio natural. Se completa la cosa con opiniones de sus compañeros y amigos y las reseñas de sus actuaciones y diversas noticias sobre su fallecimiento. La grabación recoge una actuación en la madrileña sala Juglar, el 25 de mayo de 2004, con la guitarra de Curro de Jerez.
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