Un regreso imposible

La gallina ciega | Crítica

Testimonio de su severa mirada sobre el país que había abandonado tres décadas antes, el áspero "diario español" de Max Aub documenta la distancia y la melancolía del exiliado

Max Aub (París, 1903-Ciudad de México, 1972).
Ignacio F. Garmendia

25 de septiembre 2022 - 06:00

La ficha

La gallina ciega. Max Aub. Edición de Manuel Aznar Soler. Biblioteca del Exilio. Renacimiento. Sevilla, 2021. 816 páginas. 39,90 euros

El pasado julio se cumplieron cincuenta años de la muerte de Max Aub en Ciudad de México, no mucho después de su primer regreso a España entre agosto y noviembre de 1969, cuando acababa de publicar la impresionante última entrega –Campo de los almendros (1968)– de su serie El laberinto mágico, una obra maestra en su doble vertiente testimonial y literaria. De esa estancia de algo menos de tres meses, luego de tres décadas de ausencia, nació un libro publicado por Joaquín Mortiz en 1971, que también circuló a este lado del océano pero no tuvo una edición española hasta 1995, en el sello Alba y de la mano del mismo editor, Manuel Aznar Soler, que la vuelve a publicar ahora en la Biblioteca del Exilio de Renacimiento, sumando una postdata a su valiosa introducción original, bibliografía actualizada y nuevas notas que ayudan a desvelar un contexto cada vez más lejano. Entre los muchos libros del escritor valenciano, nacido en París de padre alemán y madre francesa de ascendencia judía, que nunca renunció a la nacionalidad aunque aceptara también la mexicana, tal vez sea este "diario español", en cierto modo su testamento moral, el más polémico y leído, fruto del agrio y decepcionante reencuentro con un país que no había vuelto a visitar desde la caída de la República. Sincero y desgarrado, el recuento de los días en los que vivió de primera mano la realidad de la España franquista da fe de una distancia que se había vuelto insuperable.

"He venido, pero no he vuelto", declaró Aub nada más llegar a Barcelona

Como otros transterrados, Aub se había propuesto no volver mientras perviviera la dictadura, pero un oportuno encargo de la editorial Aguilar, que le pidió un libro sobre Buñuel, le ofreció el pretexto que necesitaba para cumplir su deseo, del que queda constancia por intentos anteriores. "He venido, pero no he vuelto", declaró nada más llegar a Barcelona, y su actitud, hosca y a veces injusta pero coherente con sus ideas y su vivencia del desarraigo, fue todo menos conciliadora. En la ciudad catalana, o después en Valencia y Madrid, el ya sexagenario escritor comprueba que no queda nada de la "España que pudo ser", ni siquiera el recuerdo de los compatriotas que como él mismo se vieron obligados a emprender el camino del exilio, y la sensación de extrañeza llega a ser devastadora. Aub es, como dice de sí mismo con ironía, "un turista al revés", pues viene "a ver lo que ya no existe" y se enfrenta a una sociedad "que ha cambiado del todo en todo". El desajuste toma a veces la forma de una lírica añoranza, pero más a menudo se traduce en tonos patéticos o indignados que conmueven igualmente, pues el propio autor parece ser consciente, aunque lo transmita en palabras de otros, de que habita una fantasmagoría idealizada que, como su propia juventud, ha prescrito para siempre.

El propio diarista consideró que con el tiempo su libro se leería como una novela

El propio diarista consideró que con el tiempo su libro se leería como una novela, pero esto no impide que su vieja querencia documental, en muchos momentos cercana al reportaje, proyecte una poderosa impresión de verdad, desde luego subjetiva y ocasionalmente errónea, contrastada con numerosos testimonios –consignados en notas e incluso grabaciones– que dan cuenta de sus impresiones sobre el terreno y de los sucesivos encuentros que mantuvo, enhebrados en escenas que recuerdan la técnica del montaje cinematográfico. A él se ajusta una prosa seca, desabrida, con frecuencia irritada y por momentos irritante, no por lo que reivindica –la olvidada memoria republicana– sino por la indiscriminada severidad con la que lo juzga todo, no sin razones pero con la mirada siempre vuelta hacia el pasado. Aub conversa con supervivientes del tiempo viejo como Dámaso Alonso, Aleixandre o Gerardo Diego, con retornados como Gil-Albert o Américo Castro, con autores de generaciones posteriores como Ana María Matute, Carlos Barral, Ángel González o Gil de Biedma. Muy pocos conocen su obra, que ha tenido una difusión muy limitada, del mismo modo que las revistas –Ínsula, Papeles de Son Armadans– en las que ha colaborado. Pero lo que más lo subleva es la indiferencia y la resignación que percibe, la conformidad que ha traído el desarrollismo, la mentalidad de los jóvenes que a su juicio, en la emergente sociedad de consumo, anteponen la búsqueda del bienestar a cualquier inquietud política. En su visión, a la vez lúcida y amarga, confluyen la melancolía y cierto resentimiento, que más allá de las circunstancias personales apuntan a lo que José Monleón, personaje de estas páginas, calificó como un gran fracaso colectivo.

Del destierro al destiempo

El mismo año en que aparecía la primera edición española de La gallina ciega, señala Aznar Soler, se publicaba un ensayo fundamental del gran estudioso y comparatista Claudio Guillén, El sol de los desterrados, uno de cuyos capítulos, "Del destierro al destiempo", fue utilizado por Antonio Muñoz Molina para titular su discurso de ingreso en la Real Academia Española, dedicado a Max Aub y contestado por su compañero de destino Francisco Ayala. Decía allí Muñoz Molina, tal vez el escritor actual que más ha defendido el legado de Aub, que el hecho de que nadie lo hubiera leído en aquella España de 1969 le hacía sentirse "irreal e invisible, no mucho más hipotético que el personaje de una novela". Esta acusada sensación de irrealidad, una profunda discordancia que en efecto trascendía el espacio para abarcar el tiempo, atraviesa las páginas del diario y de algún modo redime los exabruptos y las expresiones de mal humor, provenientes de un hombre que ha sido casi literalmente expulsado del presente. "España ya no es España", escribe Aub, proyectando en el conjunto de la nación su propia identidad dislocada. En otro momento dice, extendiendo su drama íntimo a los demás habitantes del exilio: "La verdad es que somos un puñado de gentes sin sitio en el mundo".

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