Fernando Aramburu: “Cuando escribo, me meto en un estanque con caimanes”
Libros
El autor de 'Patria' plantea en 'Hijos de la fábula' una sátira sobre unos jóvenes de ETA que se resisten al final de la 'lucha armada'
Madrid/"Olemos a mierda de gallina". El primer diálogo de Hijos de la fábula, la nueva novela de Fernando Aramburu, apunta ya el humor muy pegado a la tierra, lejos de la solemnidad, por el que va a moverse el libro. El autor, que vuelve a publicar en Tusquets, su casa en España, se permite incluso la ternura en el trazo de sus protagonistas, Asier y Joseba, dos cachorros de ETA recién entrados en la veintena que esperan indicaciones de la banda, en una granja avícola en Francia, justo cuando la organización pone fin a la lucha armada.
Aramburu retrata a estos dos desgraciados "que no tienen dinero, ni armas, pero sí mucha ilusión", y que se quedan en tierra de nadie, como unos ineptos que secuestran gallinas y simulan que son "un empresario, uno de esos explotadores de la clase obrera" o que amenazan a ancianos con audífonos que ni se percatan del peligro que corren. Tipos tan humanos que, como cualquier hijo de vecino, también tienen problemas para bajar de peso.
El narrador prosigue con su serie de Gentes vascas, del que ya formaban parte los libros Los peces de la amargura y Años lentos y en la que pone la lupa en "esas personas normales y corrientes de mi tierra", aunque esta vez se decanta abiertamente por el humor. "Hay una frase que dijo una vez Savater y que yo considero todo un lema. Él comentó que aspirábamos a sobrevivir a los terroristas para poder reírnos luego de ellos. Digamos que con esta novela he hecho mi colaboración a esto último", sostiene Aramburu.
Al escritor, que presentó este miércoles Hijos de la fábula en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, se le ocurrió esta historia cuando ETA anunció "el fin de la lucha armada, es decir, del terrorismo. ¿Y si no todos dentro de la banda estaban de acuerdo? ¿Y si alguien decidía continuar por su cuenta? Los novelistas nos respondemos a preguntas con los textos, y eso hice". La premisa le servía, dice, para "relativizar el fanatismo" desde la comicidad, y ciertamente Aramburu se muestra implacable en sus páginas con las consignas delirantes que coloca en boca de sus protagonistas. "Mis genes vascos no se andan con chiquitas", presume uno de los personajes, convencido de la superioridad de sus orígenes. "¿Que llega una bacteria? Muy bien. Ven aquí, bonita. Mis genes le dan una paliza y adiós problema. Pero tú tienes ese tercer apellido castellano", le recrimina a su compañero de aventuras.
Aramburu admite que es "un poco tocapelotas" y que le agrada "sacar de quicio a alguien, meterme en un estanque lleno de caimanes" cuando escribe. "¿Pero qué va a pasar? ¿Que alguien me retire el saludo?" se cuestiona despreocupado y consciente de su ventaja: él reside en Alemania. "Es decir, alguien tendría que coger un vuelo, posiblemente con transbordo, y llegar a mi ciudad y buscar mi calle para entonces no saludarme cuando se cruzara conmigo. Demasiado esfuerzo porque además esa persona tendría que coger un vuelo de vuelta...", bromea.
El vasco da forma a sus obras, no obstante, con "un filtro moral" que le impide "causar daño a quien ya sufrió. Nunca me gustaron los chistes de tullidos o de depresivos, los que ya tenían un castigo encima. Le hablé de este proyecto a una víctima de terrorismo, y le prometí algo, que las víctimas no aparecerían. Eso me dejaba las manos libres para la sátira". Para Aramburu, "están los límites que impone la justicia a la hora de reírte de algo, pero también están los que te impones tú. A mí me gusta más la mofa que va de abajo a arriba: contra el poderoso, contra el tirano".
El humor por el que opta Aramburu en esta ocasión "parte de una situación absurda y luego tiene un desarrollo lógico, no necesita chistes descacharrantes", explica el creador, que se inspira en obras como El gran dictador, "en la que Chaplin se burla de Hitler y de los nazis desde cierta ingenuidad, porque no conocía la existencia de los campos de exterminio", o la sátira antibelicista checa Las aventuras del buen soldado Svejk de Jaroslav Hasek, y retoma esa perplejidad ante la vida que desprendían Kafka y Beckett. "El paralelismo con Esperando a Godot es evidente. En algún momento, aquí, los personajes también confiesan que se aburren mientras esperan algo que no llega", reconoce el donostiarra. Sí han pillado por sorpresa a Aramburu, en cambio, las alusiones al Quijote que está haciendo la prensa, aunque exterioriza su "orgullo" por ser "una ramita en el tronco de Cervantes. Aunque yo no veía al Caballero de la Triste Figura poniendo bombas, un cervantista me hizo ver que el Quijote también tiene, a su modo, un delirio violento".
Uno de los personajes de Hijos de la fábula, Asier, renuncia al amor y detesta a las mujeres, a "las hembras que debilitan al guerrero". "Sólo los vascos libres podemos librar a Euskal Herria", proclama. "Este no es un libro testimonial, pero es verdad que ha existido cierto tipo de varón vasco que tenía miedo de las mujeres", reflexiona Aramburu, que matiza que "eso ya no es así, creo" y comparte con los periodistas una costumbre de su narrativa: "Cada vez que un personaje se expresa negativamente contra una mujer, hago que al poco entre una mujer en escena y le dé una lección".
Aunque el editor Juan Cerezo afirma que Aramburu le ha indicado alguna vez que deberían quitar de las portadas su nombre y sustituirlo por la frase "el autor de Patria", por el sensacional impacto que tuvo esa novela, lo cierto es que el creador no ha intentado repetir la fórmula del éxito y siempre se ha seguido buscando. Es difícil detectar parentescos de aquel fenómeno con Los vencejos, su penúltima propuesta, o con esta Hijos de la fábula. "Puede que hable en muchos de mis libros de los vascos, pero para mí cada obra tiene su personalidad", defiende. Y ese carácter singular, aclara Aramburu, lo halla mediante el lenguaje, "el juguete más duradero, el que te queda cuando eres adulto y ya no tienes el tren eléctrico", expone el novelista. "Aquí procuré que no hubiese una sola frase con más de un verbo, pero también tuve que trabajar para que el estilo no pareciera una sucesión de telegramas. Busqué otros recursos para no caer en la oración subordinada", analiza un escritor que reivindica la "artesanía del lenguaje", y que quizás por ese cuidado a la prosa es uno de los autores más leídos.
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