Un último telar de bajo lizo sigue vivo en la Alpujarra de Almería
Artesanía
‘Artesanía La Plaza’ trata de recuperar el oficio perdido y es el único telar activo de toda la Alpujarra almeriense
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En pleno corazón de la Alpujarra de Almería, aún hay algunas tradiciones que se resisten a desaparecer y que son parte de su historia y de su esencia. Así ocurre con uno de los oficios más antiguos del mundo, y que fue una de las grandes fuentes de riqueza de la zona durante la época de esplendor de la seda musulmana en esta comarca: Los telares.
Tan sólo queda un telar junto a la plaza de Laujar de Andarax para atestiguarlo. Allí, Bernardo Ocaña mantiene viva la tradición con su pequeño taller, dedicado a la recuperación de la artesanía textil y a la jarapa, el tejido típico de la Alpujarra. Allí, dos enormes telares de bajo lizo suenan acompasados mientras él va tejiendo con paciencia y destreza sus piezas, únicas e inigualables.
La jarapa viene de ‘harapo’, que significa ‘trapo viejo’, ya que para elaborarlas antiguamente se utilizaban todas aquellas prendas que ya estaban en desuso y eran prácticamente inservibles, como las sábanas, camisas y pantalones. Con esos ropajes se hacían tiras para elaborar las madejas, que posteriormente se llevaban al telar y era con las que se tejían las alfombras o cobertores que servían de abrigo durante el invierno.
Ahora, poco ha cambiado la cosa en el taller de Bernardo, donde se siguen utilizando materiales reutilizados para tejer, eso sí, se tratan de los sobrantes de las fábricas que ya se venden en madejas específicas para ser reutilizadas en este tipo de actividades artesanas. Lo que sí ha cambiado son las piezas que se elaboran actualmente, ya que además de la tradicional alfombra, Bernardo apuesta por otro tipo de productos como bolsos de varios tipos y fundas para el móvil.
Estos tejidos tradicionales se caracterizan por su amplia gama de colores y por ser un producto artesanal con siglos de ascendencia, hechos a mano y totalmente exclusivos. “No hay dos piezas iguales, porque es prácticamente imposible”, explica Bernardo.
“Tengo piezas únicas repartidas por cualquier lugar del mundo, porque es uno de los grandes souvenirs que se pueden adquirir en nuestro pueblo y que representa a la Alpujarra, sus oficios y sus tradiciones. Hay bolsos míos en Singapur, Estados Unidos y hasta Australia.”
El artesano no deja de pasar una y otra vez la ‘lanzadera’ entre los hilos, que van cambiando de posición con el movimiento de sus propios pies en los telares. De esta manera va pasando la ‘canilla’ entre los miles de hilos que tiene el telar, y prensando constantemente para formar un tejido uniforme.
Fueron su esposa y su cuñada quienes comenzaron con este oficio hace ya más de 30 años, y ahora él se encarga de mantener en funcionamiento el único telar que queda vivo en toda la Alpujarra almeriense. “Estos son telares recuperados de aquella época, pero ya posteriores aunque el sistema es exactamente igual”, explica.
Ahora es él quien vive de esto, pero la artesanía no es precisamente rentable, por lo que Bernardo sigue tejiendo más por hobby que por negocio. Se tarda aproximadamente una semana en elaborar una de estas alfombras con 1,60 metros de ancho. “No puedo marcarle a la pieza realmente la mano de obra que tiene porque si no no podría venderla”, destaca Bernardo que añade que “para poder vivir de esto, a las jarapas y los bolsos se le unen la venta de cerámicas y souvenirs”.
Estos telares se han afianzado ya como una de las atracciones turísticas que tiene el municipio de Laujar de Andarax, en los que se organizan visitas guiadas totalmente gratuitas que permiten a los visitantes conocer cómo eran los tradicionales oficios alpujarreños que se han perdido con el paso del tiempo. “Viene el turista a visitarme y siempre se lleva algo ya sea jarapa, bolso, un imán, un llavero o una taza…y así es como sigo obteniendo beneficios de esto”, apunta.
Por tanto, el telar de Bernardo no es simplemente un taller, sino que se ha convertido en un testimonio vivo de cómo era este oficio en el pasado. “Esto es más el amor al oficio, más que otra cosa”, reseña Bernardo, en una misión que tiene como objetivo mantener viva una tradición que está en riesgo de desaparecer. “Muchas veces te lo planteas y dices, pues no, no lo hago por enriquecerme, aunque comer hay que comer -como yo digo- todos los días, pero lo haces por satisfacción y por el amor a que no se pierda el oficio”.
La mayor recompensa es sin lugar a dudas la conexión que cada una de sus creaciones generan entre el propio artesano, el comprador y el municipio alpujarreño. “La satisfacción cuando tú llegas y ves a alguien que se lleva una pieza tuya, realmente lleva algo que está completamente hecho a mano y que lo ha hecho alguien aquí, en la zona donde has venido a visitar, con su tiempo, con su cariño, y eso no tiene precio”.
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