Sandías y melones de sequía y "excelente calidad" del levante almeriense

Agricultura

El agricultor levantino se reinventa ante la falta de agua y sigue produciendo fruta con un sabor inigualable

Maquinaria puntera por las exigencias de los mercados y variedades demandas para la exportación

La sandía almeriense, a punto de caramelo

Recogida de sandías en el levante almeriense / Pablo Laynez

Huércal Overa/No hay una frontera física que marque el final del invernadero y el comienzo del cultivo al aire libre. Quizás la Venta del Pobre podría ejercer de ese Check Point Charlie agrario delimite los campos de Níjar y el Poniente como producción intensiva, del Levante y el Bajo Almanzora, donde prima la intensiva.  

El coche deja atrás la autovía, por la salida de Huércal-Overa y se cuela por senderos de tierra en la zona de El Saltador. El suelo está quemado, se levanta polvo con mucha facilidad. La falta de agua es alarmante, el 2024 está siendo especialmente seco. Si Milagro Almería es que los invernaderos almeriense hayan convertido a esta tierra en la Despensa de Europa, también lo es que el levante sea capaz de nutrir a esas mismas mesas de fruta de hueso, lechuga o brócoli, con una escasez hídrica tan acuciante.

La respuesta hay que encontrarla en los miles de agricultores de la zona de Cuevas del Almanzora, Pulpí o Huércal Overa, entre otros, que saben reinventar sus cultivos y tratar cada gota de agua como si fuera oro. “Esta mañana he regado los melones [con gotero, para optimizar el recurso] y esta tarde volveré a hacerlo cuando el sol se esté retirando”, indica José Gabriel Muñoz mientras muestra en el móvil un programa que digitaliza todo el cultivo, con todas las variables alimenticias e hídricas que necesita un cultivo de este calibre. Algún valor está en rojo, un poco bajo, pero confía en estabilizarlo por la tarde. Normal, el calor apretó fuerte el miércoles y eso deja exhausto a cualquier ser vivo.

Entre ramblas secas se esconde un auténtico vergel. Es curioso el contraste que se presenta ante los ojos cuando la polvareda que levanta el autocar que transporte a la cuadrilla de trabajadores se disipa. El gris de la tierra agrieteada central se transforma en un verde lustroso, con los melones y las sandías recién cortadas. Unos kilómetros más hacia el interior, con la temperatura subiendo casi por minutos, parecía imposible que allí hubiera cultivos. Y no sólo los hay, sino que calidad de la fruta que cultivan los productores levantinos es excelente.

El jueves, por fortuna, se presenta nublado, lo que permite a Juan Sánchez y Juan Gabriel Muñoz trabajar algo más cómodos que habitualmente. Dos amplias cuadrillas de recolectores están recogiendo sandías y melones, la automatización del campo permite acelerar esta labor y que sean miles de kilos los que a diario se lleven a la cooperativa. Concretamente, a JimboFresh, en Murcia.

“Tiene mucho mérito todo lo que aquí se produce con la falta de agua tan grande que tenemos” — Juan Sánchez - Agricultor
Juan Sánchez y José Gabriel Muñoz, con melones y sandías de sus plantaciones.
Juan Sánchez y José Gabriel Muñoz, con melones y sandías de sus plantaciones. / Javier Alonso
“Ya veis la calidad que tienen estos melones, y eso que es el tercer corte de la planta” — José Gabriel Muñoz - Agricultor

La recogida de la sandía es particularmente llamativa, puesto que se realiza a través de una máquina que parece un cajero de un supermercado. Y es que precisamente es una de las exigencias del Mercadona para que el producto no llegue golpeado y visualmente sea atractivo para los clientes. Las sandías se colocan en unas alas de avión, que en su parte superior tienen una cinta transportadora. Ésta lleva al interior, donde se depositan en los paléts, que un tractor luego carga en los camiones.

“Suelo producir unos siete millones de kilos de sandía blanca sin pepita y unos cinco de melón cantalupo”, afirma Juan, de Agrícola Sánchez y González, entre las casi 130 hectáreas que tiene divididas entre Cuevas, Pulpí, Huércal Overa e, incluso, Mazarrón.

El invernadero deja paso al aire libre

Ahora mismo están en plena campaña. Una vez que acaban las sandías de invernadero, la cosecha se levantiniza y llegan a los mercados las que se cultivan al aire libre. “En los invernaderos hace ahora mucho calor y los productos no aguantarían. Al aire libre, aunque da más el sol, las plantas llevan mejor el calor. Empezamos por las zonas más cercanas a la costa, como Cuevas, y poco a poco vamos arrancando y buscando zonas más altas y menos calurosas, como Huércal Overa o Pulpí”, indica este pulpileño que normalmente estira la campaña de la fruta de hueso hasta septiembre: “Todo depende de cómo marche la campaña. Ahora mismo, la nacional va muy bien, las sandías gordas se están vendiendo a precios altos. Sin embargo, todavía no ha empezado el calor de verdad en Europa y la sandía más pequeña, la de exportación, no termina de coger rentabilidad”. 

Eso sí, Juan reconoce que la sequía les está haciendo pupa. No sólo han tenido que dejar de cultivar en los últimos años en torno a un 30% de hectáreas, sino que el propio calibre de la fruta se ha visto afectada. “Ahora tenemos menos producción, las sandías se quedan un poco más pequeñas porque a veces les falta agua. Eso sí, la calidad sigue siendo altísima”, como bien atesora María, encargada de los cultivos de JimboFresh: “Las sandías están su punto de dulzor exacto, ahora mismo andan entre 10 y 12 grados brix”, la unidad que mide el contenido de azúcar en los productos.

“Tiene mucho mérito lo de este campo. Es muy distinto al que vosotros estáis acostumbrados, con los invernaderos, y eso que todos somos de Almería. Aquí la maquinaria y la digitalización son muy importantes”, finaliza Juan, cargando también sandías en las cintas, no sin antes apuntar: “Necesitamos agua, es cierto, pero trabajamos y nos adaptamos a cualquier situación”.

A unos kilómetros de distancia espera José Gabriel Muñoz, buen amigo de Juan. Nacido en Francia, aunque hijo de inmigrantes españoles, es Ingeniero Agrícola, ha trabajado en varios lugares, pero donde más disfruta es en su melonar. Cien hectáreas de melón y sandía, entre Huércal Overa y Pulpí, que ahora mismo está dando una fruta “excelente, aquí no hay medianías”.

Recogida de melones en el levante almeriense / Pablo Laynez

“Éste es el tercer corte de la planta y puedes ver cómo son los melones”. Sólo hace falta ver la suavidad con la que desliza la navaja por su interior para ofrecer un trozo de melón cantalupo: “La recolección de la fruta es óptima”.

Una cuadrilla de unos cinco trabajadores van llenando capazos, que depositan en los paléts que cargan los tractores. “Produce unos 45.000 kilos por hectárea, por encima de 14 grados brix”, explica María, puesto que José Gabriel también trabaja con JimboFresh. “Utilizamos variedades de mucho sabor, aunque produzcamos un poco menos”, dice el agricultor que tiene la joya de sus cultivos tras un enorme montículo de tierra, seca por supuesto, que separa sus hectáreas de cultivo.

Un melón producto 'gourmet'

Con agilidad, José Gabriel trepa, salta su propia valla y accede a una hectárea, también de melón, pero éste “de diseño”. Un buen catador sabría explicar las principales diferencias con sus primos, los cantalupo; este periodista recomienda que lo mejor es probarlo para experimentar cómo se derrite en la boca, aunque para ello haya que irse a comprarlo a Centroeuropa. “Se trata de un melón blanco especial, de carne naranja. Es un producto para mercados muy exigente, donde exigen una altísima calidad. Podríamos decir que se trata de un producto gourmet, casi en su totalidad para la exportación, aunque en España podríamos encontrarlo en algunos lugares selectos como el Corte Inglés”, dice orgulloso mientras lo da a probar a los presentes. Hasta su buen amigo Juan Sánchez le confirma la certeza: “Está realmente bueno”.

Pero tras lo dulce, también tiene que haber una parte agria en la historia. No es sólo la sequía la principal preocupación de los productores levantinos, el relevo generacional también ahoga a muchos agricultores. “Ninguno de mis dos hijos quiere hacerse cargo de las tierras cuando yo lo deje”, se lamenta José Gabriel, “es un gran problema, cuando llegue el momento, ya lo afrontaré. De momento, toca mirar al presente, trabajar en el día a día y no crecer”.

Son ya casi las dos de la tarde. Aunque las nubes tapan al sol, éstas no tienen intención de soltar ni una gota de agua. Por lo menos, eso sí, permite a los trabajadores recoger los últimos melones y sandías, que en breve saldrán en camión rumbo a la cooperativa. Los mercados se preparan para vender una fruta que, tras unas horas de frigorífico, refresca y alivia la sed. Y eso que se cultivan en una comarca donde el agua brilla por su ausencia.

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