El sabor a tradición de la naranja y patata de Antas

Agricultura

El municipio levantino tiene un particular microclima que favorece la maduración de productos de mucha calidad

Diego Castaño lleva toda su vida cultivando y vende principalmente en la provincia

Sandías y melones de sequía y "excelente calidad" del levante almeriense

n Diego Castaño posa para un ‘selfie’ con sus naranjas.

Las naranjas, de Gádor o de Antas. Sí, hay más sitios productores en la provincia, pero el subconsciente se va directamente al Bajo Andarax o al Levante cuando de cítricos se habla, sobre todo porque son los más recitados en los pegadizos y estruendosos gritos de los vendedores del mercadillo. En esta ocasión, de naranjas y patatas, con un productor antuso como protagonista.

Poca gente en el levante trata a sus frutales y sus huertos de patatas con el esmero que le pone Diego Castaño a diario. Este agricultor de Antas, que ya roza los 65 años, lleva trabajando en la finca familiar desde que terminara los estudios escolares. Conoce a la perfección el mundo de los cítricos y de uno de los tubérculos más consumidos en el mercado español. Además, no lo duda cuando se le pregunta por la fama de la naranja de su pueblo. “Es de una calidad tremenda y su sabor es reconocible. Aquí tenemos un microclima propio, que le beneficia. Aunque estemos metidos hacia el interior, tenemos una buena entrada de corrientes marinas, que provoca que los veranos no sean tan cálidos y los inviernos no son nada gélidos”, dice definiendo a la naranja antusa como “muy vistosa y muy dulce, tiene la piel fina, apenas se nota la rugosidad, y cuando uno se la come, sabe que es de Antas”, asegura como si de un profesional del marketing se tratara.

Con entre diez y doce hectáreas entre patatas y cítricos, normal que Diego sepa del sector como el que más. Cultiva patata de punta, que es una variedad que se estila mucho en Antas, y la ojo de perdiz que es muy apreciada en la zona de la capital y del Poniente. En naranjas y mandarinas tiene cinco variedades distintas, mientras que de limón tiene otras dos. Con todos estos frutales y estas matas entre sus manos, el antuso es capaz de producir en torno a 350.000 kilos al año.

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“Este año la campaña marcha muy bien. Las patatas están teniendo un precio muy bueno, casi siempre por encima del euro, mientras que las naranjas las estoy vendiendo sobre los 70 céntimos. Si no tienen esos precios, no las vendo”, dice seguro de sí mismo el antuso. Y es que como casi todo su producto es para el consumidor provincial, tiene mucha venta directa: “Mis ventas son principalmente locales y provinciales. Tengo algo de exportación a través de CASI, pero la gran mayoría es a través de la alhóndiga con precio directo. Así me quito intermediarios, vendo directamente a minoristas y le saco más valor a la producción”, explica este pequeño agricultor. 

Y es que aunque son doce hectáreas las que lleva al frente con la ayuda de algunos pocos trabajadores, su cultivo es familiar, tiene el sabor a ese huerto pequeño, tradicional. “Cada vez quedan menos cultivos como el mío, con ese sabor a campo, a natural que siguen teniendo estas naranjas y estas patatas. Ahora se están imponiendo las grandes industrias y se produce de forma más automática, lo que repercute en la calidad del género”. Razón no le falta oliendo el agradable aroma a naranja recién cogida que desprenden los cubos que tiene a sus pies.

Cerca de la jubilación: “Incertidumbre, ¿qué hago con la finca?”

Al igual que comentaban la semana pasada los productores de sandía y melón de Huércal Overa, a Diego le acecha el problema del relevo generacional. Él es la tercera generación que cuida de sus tierras y puede que sea la última. Sus hijos tienen estudios y otras inquietudes que, de momento, no pasan por la agricultura. “Para mí es un orgullo haber seguido con la tradición familiar de plantar patatas y tener cítricos, pero me da pena pensar en el futuro. No sé qué va a pasar con estos cultivos una vez que me jubile. Voy a tratar de aguantar algunos años más, pero no sé cuántos me dará más el cuerpo”, dice el producto antuso que empezó con la azada cuando tenía 17 años y sigue con ella, con los 61 años a las espaldas. “Hay mucha incertidumbre entre todos los agricultores de la zona porque cada vez se pierden más cultivos tradicionales. Necesitamos más ayudas que hagan que ser agricultor atraiga a las nuevas generaciones”, se sincera con la sapiencia que da la experiencia.

Como sus manos son la mejor herramienta y el sudor de su frente la mejor demostración de que Diego está trabajando bien, una semana le queda para terminar la campaña. Después tocará limpiar, desbrozar y podar naranjos mandarinos y limoneros, puesto que en septiembre arranca un nuevo ejercicio. La patata, por su parte, da algo más de tormento, puesto que tiene dos ciclos. Por una parte, en agosto arranca el primero que concluye en Navidad, para unas semanas después volver a plantar y a recoger en torno a finales de mayo, principios de junio.

“Aquí vacaciones pocas, trabajamos mucho, pero lo hacemos encantados porque es lo que nos gusta y lo que mejor sabemos hacer”, que a la vista de los selfies que Diego se ha echado y que ilustran las páginas de este reportaje, verdad es. Pues sí, el microclima y el excelente trabajo de los productores son los secretos de las naranjas y las patatas de Antas.

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