El otro 'mar de plástico' de Almería: "La uva perdió su valor y probamos con el invernadero"

Agricultura

Los municipios del interior de la provincia llevan años perdiendo hectáreas de superficie agraria pero muchos de quienes debieron de reinventarse cuando el parral dejó de dar dinero siguen viviendo de lo que da el invernadero

Fran Hernández: “Mi familia es de la hostelería pero la agricultura engancha”

Isabel Fornieles lleva un cuarto de siglo en el invernadero. / Javier Alonso
Carlos Javier Lillo

02 de marzo 2024 - 05:00

Santa Fe de Mondújar/Seguro que es el lector de este rotativo capaz de adivinar el coste que supone un metro de invernadero en un municipio como Santa Fe de Mondújar, donde hay otro peculiar ‘mar de plástico’. Resuelve este peculiar acertijo Antonio Martínez, que lleva medio siglo en el sector agrícola. “Un metro de invernadero vale unos 30 euros”, confiesa a este periodista. Estrujando las neuronas arranca un reportaje que pretende dar a conocer una realidad y un aniversario. Por empezar por la onomástica, el invernadero que tanto Javier Alonso como este reportero visitan cumple este año un cuarto de siglo. Fue obligado ante la necesaria reconversión del interior de la provincia, incapaz de seguir rentabilizando las parras.

“La uva ya no valía nada y probamos con los tomates”, cuenta Isabel Fornieles, quien es capataz, madre, esposa y suegra de quienes trabajan, como ella, la tierra. A su hija le ha dado una tregua durante la visita de los periodistas pero no escapa su yerno, Fran, que probó suerte en la campo harto de las condiciones de su antiguo oficio, la hostelería. “Todos los principios son malos pero de los errores se va aprendiendo”, explica Fornieles, aunque el diagnóstico lo comparten los dos.

Dos generaciones unidas por su pasión por el campo. / Javier Alonso

Están con las plantas aún muy cerca del suelo. Las acaban de plantar en el último mes y, teniendo una campaña corta como la que ellos prefieren, podrán recoger los alimentos en un par de meses. Ellos, como el anuncio de la lavadora, son fieles a los tomates. Cuando probaron otros productos no terminó de salir bien. “Un año plantamos sandías, melón y calabacines, solo entonces cambiamos”, rememora Fornieles. “Es que nosotros el tomate lo llevamos mejor”, justifica. Lo tiene claro. En las carretillas trabajan sentados sus familiares y vecinos. Todos a colaborar. En esta pequeña empresa no hay nadie de fuera. Lo llevan bien. Javier Alonso, reportero gráfico de la expedición, y este cronista temen al ver a Francisco trepar hasta lo alto del invernadero para arreglar unas imprevistas casuísticas. Lo hacen todo ellos en una plantación de 7.000 metros cuadrados que cuidan ellos solos. Hasta con los virus, su quebradero de cabeza, se atreven. No les queda otra. Hablan de la tuta absoluta, uno de los más poderosos, que en más de una ocasión ha estado a punto de llevarles a la bancarrota. “Llegáis a venir de otro invernadero y os tenéis que poner la protección en los pies, hay que tener mucho cuidado”, nos cuentan.

Una pequeña gran comunidad bajo el plástico y lejos de la costa

Aunque las imágenes que más veces veamos sobre los invernaderos sean las de El Ejido y el poniente almeriense, hay otro mundo más allá de la primera línea de costa. El municipio ejidense es el que más hectáreas, 12.756, tiene bajo el plástico pero hay vida más allá. Las áreas del Bajo Almanzora, con 686 hectáreas, el Campo de Tabernas (326), el Río Nacimiento (243) y el Alto Andarax (66) presentan una importante actividad agrícola. Está excluido del análisis, obtenido con los datos referentes a 2022 aportados por la Junta de Andalucía, todo lo que no es invernadero. El mundo rural se extiende por un interior de la provincia en el que la superficie agraria es cada vez menos. La competencia de otros países como es el caso marroquí es solo un problema añadido a la hora de mantener el negocio activo y seguir viviendo de lo que da el campo.

“Yo no pierdo la ilusión, te has criado debajo de esto y te tira”, explica Antonio, que deja claro que, pese a las ganas, se quiere jubilar. La movilidad de su mano ya no es la misma y ayuda como buenamente puede. En cierta manera, entiende que haya jóvenes que no se quieran dedicar a ello. “Es duro, los sueldos no es que sean muy altos, solo sacas algo más si lo que tienes es tuyo”, explica.

Comparten las protestas

Aunque dejen claro a los intrusos en el invernadero que se trata de otra realidad aparte, como la casa de Gran Hermano, uno no puede dejar el mundo correr y debe formular el quid de la cuestión, la revuelta del campo. En la respuesta, unanimidad. Todos comparten el clamor por una mayor justicia para el sector primario. La burocracia les lleva por el camino de la amargura. “Con lo del Cuaderno Digital ya necesitamos un oficinista, te piden para cualquier cosa, te marean para cada papel y te aburren”, desgrana Antonio, que tiene una particular respuesta para quienes cada vez exigen más en nombre del bienestar de los cultivos y por ende de quien lee estas líneas y compra en el comercio. “Si vives de esto, ¿Quién mejor que tú para darte cuenta de que todo está bien y cuidarlo?”, pregunta. “Todos queremos crear algo que está bien en nuestro trabajo, no tener que hacerlo otra vez”, responde él mismo.

Aparece el nombre en cuestión, Marruecos, el país en el que centran sus miradas quienes cortan las carreteras para denunciar la “competencia desleal” desde terceros países. “Los agricultores estamos acostumbrados a la ‘venta a perdidas’, los años que ganamos un poquito más tenemos que guardar para el siguiente porque esto es muy complicado”, explica Isabel. “Nosotros nos quejamos lo mismo”, sentencia. Comparten reivindicaciones con sus vecinos de El Ejido o La Cañada. Son el otro ‘mar de plástico’, menos numeroso pero acostumbrado a reinventarse. Padecen ahora la disminución de la superficie agraria, una situación que pone en la diana a los municipios del interior, y se compadecen por la falta de interés de quienes deberían desbordar el campo con su ilusión. Es todo un mismo problema, una misma base que parece defectuosa. A las más altas instancias les persuaden. “El Gobierno no nos ayuda a nada, nos tiene abandonados, necesitamos más ayudas, tenemos muchos controles que muchos mercados de fuera no hacen”, reclama. Y para el lector, un ‘tirón de orejas’. “Como compradores no miramos las etiquetas, vamos al más barato”, se queja.

Resistir en el interior: cae el número de hectáreas del agro

Son los supervivientes del agro en el interior de la provincia. Casos como el de la familia que cultiva un invernadero en Santa Fe de Mondújar muestran la resiliencia de quienes quieren mantener el campo vivo pese a las malas nuevas del censo agrario. El último, el de la pasada campaña, dio la voz de alarma. Almería ha perdido en un cuarto de siglo dos de cada tres hectáreas para superficies de explotación, de 797.006 al 285.209. En 1999 era la primera de las ocho provincias; en 2023, la sexta.

Sobre el futuro, Isabel Fornieles, pretende no predecir. “Lo hacemos con mucha ilusión pero en la agricultura nunca se sabe”, cuenta. Señala a la juventud. “A veces hemos tenido que salir a buscar a gente y no quieren, los jóvenes no quieren, lo ven muy duro”, confiesa. “Este es un trabajo que no es tan malo”, responde a quienes temen a lo que pueda ser vivir de lo rural. La suya es una de las mencionadas dentro de la categoría ‘superficie de menos de una hectárea’, que sí dan buenas noticias. En más de 2.000 han crecido en la última década. Menos es más.

Lo que se cuenta sobre los pequeños municipios de la provincia tiene, claro está, nombres propios. Son Abla, Albanchez, Alboloduy, Alcolea, Alcóntar, Almócita, Alsodux y Alhama de Almería quienes presentan malos datos y ponen la mala cara a una provincia que tiene en la agricultura un indiscutible motor económico. En los pequeños municipios se preguntan ahora de qué vivir si no es con la agricultura. Una incógnita que tiene en las nuevas generaciones parte de la respuesta para poder descifrarla.

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