Liberté, Égalité y... críticas al tomate almeriense: ¿por qué siempre se repite la historia?
Agricultura
El fruto ecológico más carismático del campo de Almería se convierte, sin motivo alguno, en el objeto de las iras de los agricultores franceses
Hasta 28 certificadoras, sostienen la confianza en el producto ecológico español
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Éstos son los mejores tomates españoles que los franceses deberían probar
Todavía resuenan en el campo almeriense las dañinas palabras pronunciadas por Ségolène Royal hace unas semanas, cuando las protestas agrícolas habían convertido a Francia en un polvorín agrícola. “¿Habéis probado alguna vez los tomates bio españoles? Son incomestibles”, dijo la candidata a las presidenciales de 2007 que, ni corta ni perezosa, reafirmó sus palabras: “Son falsos bio”.
Semejante barbaridad no tardó en ser respondida por las autoridades españolas y hasta encontró réplica en los Campos Elíseos. El ministro de Agricultura galo, Marc Fesneau, se disculpó públicamente. Ahora, el daño estaba hecho. La semilla del odio, como en cada crisis agrícola gala, estaba plantada y no tardó en germinar.
Como cruce de caminos que Francia es para España en su trayecto hacia los mercados europeos, los transportistas españoles suelen sufrir a las manifestaciones de los fieros piquetes franceses, que se ceban crisis sí y crisis también con el tomate español, que procede en su gran mayoría de la Huerta de Europa, esto es Almería. ¿Y por qué esta inquina a este fruto? La respuesta es más factible encontrarla en el chauvinismo que en los datos objetivos.
En un reportaje publicado por Diario de Almería en plenas protestas franceses, Salvador López daba en una de las claves que desmontaban todo el argumentario francés. Fuera de la entrevista, este transportista almeriense decía explicaba que en la gran mayoría de sus paradas de avituallamiento, los supermercados franceses vendían tomate de origen marroquí, no español. Y echando manos de las cifras oficiales, Francia importa un 65,8% de tomate marroquí, por tan solo un 14,5% español. De esta manera, aunque el francés es uno de los ciudadanos europeos que más tomate consume al cabo del año, muy por encima de la media española, la mayor parte del que se sirve en sus platos procede de fuera de la Unión Europea, con el riesgo de seguridad alimentaria que ello supone.
El tomate francés apenas tiene producción durante el invierno
Pese a lo que pudiera parecer, el tomate es una fruta de verano. Sin embargo, entre las magníficas condiciones climáticas para su cultivo en Almería y el resguardo que suponen los invernaderos, en España se producen a lo largo de todo el año. No así en Francia, cuya producción es mucho más limitada y prácticamente queda limitada al ciclo de verano. Por eso, el tomate español no es competencia para el francés. Desde octubre hasta abril, Francia se nutre principalmente de tomate marroquí, y en menor medida de español y de algún otro país como Turquía. Al igual que ocurre en España, el menor coste del tomate producido en Marruecos es un gancho para su venta pese a que no juegan con las mismas reglas.
Por contra, como países miembros de la Unión Europea, los agricultores españoles y los franceses están sujetos a la misma normativa, la Política Agraria Común rige de La Junquera hacia arriba y hacia abajo. Toda la producción ecológica europea está regulada por una normativa comunitaria que marca los procesos para que que un tomate pueda llevar la etiqueta bio. Por más que le pese a Ségolène, los estados miembros no pueden modificarla ni adaptarla a sus necesidades. El Reglamento UE 848/2018 recoge que los alimentos ecológicos son producidos bajo la norma de producción ecológica y certificados como tales, por entidades de control y certificación autorizada.
En España hay un total de 28 entidades certificadoras [Almería cuenta con Agrocolor como gran referente, que acaba de cumplir 25 años], que sostienen la confianza en el producto. De cara al consumidor está prohibido referirse a término de producción ecológica, orgánica o biológica si el proceso de producción no va asociado a un proceso de certificación. De esta forma, todo el sistema se sostiene sobre un mecanismo de control indispensable para obtener y conservar la etiqueta.
La certificación es la principal garantía de que los productos bio españoles cumplen el exigente reglamento europeo. El férreo control para lograr la certificación requiere tres niveles de estudio: uno documental (revisión de facturas, cuadernos de campo o planes de control de plaga), un segundo que supone la visita del auditor al invernadero o la industria para comprobar in situ que se respeta, por ejemplo, la lucha biológica; y la toma de muestras, donde se detectarían si hay uso de sustancias prohibidas durante el cultivo. Si en algún momento de este proceso hubiera algún indicio de incumplimiento del reglamento, instantáneamente se retira la certificación, como ocurrió en diferentes productos agrícolas españolas en casi 300 ocasiones durante el pasado 2023.
Una vez conocida toda la burocracia que supone el cultivo de productos biológicos en la Unión Europea, frente a la laxitud que se impone a terceros países [origen de las manifestaciones agrícolas en España en las últimas semanas], resulta todavía más inexplicable la actitud de los franceses con el tomate almeriense. “Es que no nos lo merecemos, si supieran lo que nos cuesta”, dice off the record una productora almeriense que tiene tres hectáreas de cultivo en ecológico y cero días de vacaciones al año.
El fruto del pim pam pum para los franceses es uno de los reyes del campo español. Parece claro que hay que defenderlo con uñas y dientes porque su calidad está fuera de toda duda.
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