Un huerto a cinco minutos de casa: "Esto es mi vicio, mi tabaco y mi alcohol"

Agricultura Sostenible

Dos socios abrieron en 2012 la plantación en la barriada de La Cañada y cuenta cada vez con más parcelistas

Sumérgete en el peculiar mundo del huerto urbano de La Cañada

Los 'Yayos' disfrutan de sus ratos libres en el campo.
Los 'Yayos' disfrutan de sus ratos libres en el campo. / Marian León

Sufrieron un inoportuno caos de circulación quienes firman este reportaje al salir del centro de la ciudad. El humo de los coches se fue haciendo cada vez menos conforme se iban quedando atrás los edificios. Esa no era una mañana para contar el bullicio de la capital, rebosante siempre de vida, sino para sumergirse en un espacio diferente, alejado del mundanal ruido. Mientras los más pequeños van al colegio y sus padres hacen los recados del hogar o pasan horas en su trabajo, hay quienes pueden darse el gusto de pasar una mañana de martes en un huerto urbano, el de La Cañada, que desde su apertura hace ya doce años no ha parado de crecer.

Son cada vez más quienes buscan evadirse de la cruenta realidad en un espacio que es diametralmente opuesto a lo que este cronista, acostumbrado a moverse como pez en el agua por las ciudades más pobladas, suele ver. “Como una comuna hippie”, lo definirá uno de los ‘Yayos’, tres personas de longeva edad que han decidido aprovechar su veteranía para acercarse a la naturaleza. Es la suya una parada especial aunque no la primera.

Torcuato recibió como un gran anfitrión a los periodistas.
Torcuato recibió como un gran anfitrión a los periodistas. / Marian León

Es Torcuato quien recibe a la expedición periodística desplazada a la barriada almeriense. Le hace una especial ilusión aparecer en el reportaje pues se confiesa como un fiel lector del rotativo que ustedes también prefieren. “Llevo aquí unos seis años, me llamó un familiar para contármelo y nos vinimos”, explica junto a sus cebolletas. Luce un radiante sol y tiene que proteger alguno de sus cultivos para evitar que se puedan dañar. Las mima como un agricultor de toda la vida aunque su dedicación fue la de pastelero. “Me metí en esto porque me jubilé”, confiesa. Él va por las mañanas a comprobar que todo está en orden pero la familia se junta al completo el domingo para disfrutar de un agradable rato.

Juan Magán, uno de los inquilinos más longevos del huerto.
Juan Magán, uno de los inquilinos más longevos del huerto. / Marian León

En el huerto tienen, dentro de una cierta lógica, total libertad. La idea es que sea un espacio no solo para cultivar sino para compartir momentos agradables con los seres queridos. Tienen a su disposición un merendero y un par de barbacoas para alimentarse y echar la tarde. “También un servicio”, confiesa Juan Sánchez, responsable de la propiedad y quien se encarga de coordinar a los parcelistas, unos sesenta en total. “Aunque con lista de espera”, confiesa otro Juan, Magán, que es uno de los que lleva desde el inicio, igual que la encargada Ana.

La idea es acercar la naturaleza a quienes se escapan del ruido de la capital. En La Cañada, a escasos minutos del centro, tienen un oasis donde expresar su amor por las hortalizas. “Este es mi vicio, mi alcohol y mi tabaco”, confesará Ana, que realiza las funciones de encargada. Entre quienes alquilan las parcelas reina el buen rollo. “Es como una comunidad de vecinos”, resume Juan. La propiedad pone a disposición de los particulares agricultores unos materiales para ayudarles en la tarea. Hay hasta juguetes para que los niños se entretengan.

Para María José, la parcela es su segunda casa.
Para María José, la parcela es su segunda casa. / Marian León

A María José le encanta su huerto. Lleva desde que lo alquiló cuatro años pero no piensa irse nunca. Su marido Ramón construyó una caseta en la que guardar todo lo que necesitan y que sirve como lugar donde posar ante la cámara de Marian León. Muestra al paso de la comitiva, cada vez más amplia al sumarse diversos parcelistas, lo que ha plantado y lo que debe recoger casi que ya. El día anterior posó para su familia con una berza de gran tamaño que quien sabe si a la hora de publicarse este reportaje ya se habrá devorado. Un momento típicamente almeriense que no altera su relato. Su huerto es su manera de vivir. Pasa largas horas en su terreno y aprovecha los bancos del merendero para celebrar los momentos más felices de su vida.

Seguía, mientras, el recorrido por su parcela Torcuato. Se había quedado enseñando los ajos. “Estos son para comer, para mi familia”, destacan. Ninguno se dedica a la agricultura de forma profesional sino que lo que cultiva lo usa para consumo propio o para regalarlo a familiares y amigos. Cultivan lo que quieren pero con una regla. “Aquí no hay pesticidas”, destaca Juan Sánchez. El huerto es, ante todo, ecológico. Es una norma que busca un espacio sostenible y cuidadoso con el planeta, un mensaje que se extiende por la ‘huerta de Europa’.

Ana es quien coordina el huerto.
Ana es quien coordina el huerto. / Marian León

“Aquí tengo mis acelgas”, continúa Torcuato, que planta también tomates, lechugas o nabos. “Míralos, míralos”, pide al periodista, mientras luce orgulloso con una berza. Reafirma su compromiso con el ecologismo. “Aquí no se echa nada, esto es para nosotros”, explica orgulloso. Queda en su parcela tras el paso de los periodistas e incita al encuentro con otros miembros de la familia de la plantación. “Mira, gira por allí a la izquierda y hacia delante”, cuenta. Se le hace caso.

Juan Sánchez, propietario del terreno.
Juan Sánchez, propietario del terreno. / Marian León

“Esto es un hobbie”, resume Juan Magán, que quiere saludar a Felipe, pero no se encuentra. “Te sirve para desconectar de los quehaceres diarios, cada vez se viene más gente”, comenta. El trato es bueno, todos charlan y comparten. Los periodistas se dan cuenta. “Se está agusto”, resume.

Abandonarán, tras la visita, los periodistas el huerto urbano, un espacio que se sale de lo común en la capital y que tiene un lugar de esparcimiento que contrasta con las prisas del día a día y las caras largas por la calle. Para el que quiera, hay lista de espera. Son cada vez más quienes cambian ordenadores por lechugas. Les va bien.

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