La familia Pérez, unas 500 chumberas puestas en El Higueral (Tíjola)

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En época de recolecta, Antonio se levanta a las seis de la mañana y tiene las manos llenas de pinchos durante un mes

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Antonio Pérez recoge chumbos en su parcela en la zona de El Higueral, en Tíjola.
Antonio Pérez recoge chumbos en su parcela en la zona de El Higueral, en Tíjola.

Además de grandes empresas, también hay pequeños productores que aprovechan parte de su finca para poner chumberas, una vez que la cochinilla ha dado un respiro. Un ejemplo es Antonio Pérez, que tiene alrededor de media hectárea sembrada con unas 500 chumberas en la zona de El Higueral, en Tíjola, comarca donde curiosamente comenzó a propagarse la fatídica plaga en torno a mediados del año 2014.

Dueño del Restaurante Pizzería La Artesa en Huércal Overa, Antonio sembró las chumberas en época de pandemia con la vista puesta en el futuro. Aunque comparte la agricultura con la restauración, la idea que tiene es dedicarse en cuerpo y alma a la finca en unos años cuando a sus padres, por edad, les llegue la hora de colgar los aperos de labranza. Mientras, Antonio dedica las horas que la pizzería le deja libre a las labores de producción de las chumberas.

Autodidacta, todo lo que sabe (que es mucho) lo ha aprendido buscando consejos por Internet y viendo muchos vídeos de especialistas en la materia. En ecológico, en su finca tiene alrededor de 500 plantas que el pasado año les dio en torno a 1.500 kilogramos. “Es un cultivo que necesita poco cuidado y que da unos frutos muy dulces. Les tengo puesto riego por goteo (están puestas en filas, de manera que cuando crezcan se irán entrelazando) y las abono con productos ecológicos para favorecer el desarrollo del chumbo”, explica el tijoleño, que sí que mantiene cuidado ante una posible plaga y las fumiga con agua y jabón potásico, el remedio más eficaz para enfrentarse a la temida cochinilla.

Si bien no requieren un gran cuidado (es una planta invasora que viene de tierras mucho más áridas que las almerienses), su recolección sí es bastante más sacrifricada. En el Almanzora, Antonio suele recoger a finales de agosto, principios de septiembre, lo que contrasta con otras latitudes de la provincia más cercanas al mar, cuando el chumbo está listo para cogerse mediado el mes de julio. Al ser una fruta veraniega, el sol es el principal enemigo del agricultor. “Me tengo que levantar a las seis de la mañana y ponerme manos a la obra con un cubo para ir recogiendo. Mientras con los olivos y los almendros tenemos máquinas que nos ayudan mucho en estas tareas, los chumbos sí que son mucho más sacrificados, puesto que tienes que ir con unos guantes tratando de protegerte lo mejor posible. Pese a ello, luego estoy más de un mes con pinchos en las manos”, dice recordando la desagradable sensación de tener los dedos rojos de los pinchazos. A todo ello hay que unirle que la mano de obra escasea en este tipo de labor.

Tras el esfuerzo, la recompensa. Nada mejor para echarse a la boca esos calurosos días de verano que un chumbo bien dulce y bien fresco como lo que Antonio produce en su finca. “Mi intención siempre ha sido dejar que el fruto engorde bien, producir chumbos de calidad”, dice el tijoleño, que se siente con el deber cumplido por haber criado esta fruta tan almeriense. Como humilde productor que es, sus chumbos se han vendido en tiendas de la comarca y daba los daba a probar a sus clientes en pequeñas cajicas en su pizzería.

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