Los esparteros, de un oficio extinto a un arte: "se puede hacer con esparto todo lo que te imagines"
Artesanía
José Simón es el último espartero en activo de la Alpujarra de Almería l Elabora cualquier tipo de utensilio que se le pase por la cabeza con esta fibra
Un artesano de Alboloduy transforma calabazas en utensilios cotidianos que son obras de arte

Quedan ya pocas manos que trabajan el esparto, unas fibras extraídas de las gramíneas que servían hace décadas para crear diversos productos y utensilios cotidianos. La técnica, ahora convertida en un auténtico arte, está asociada históricamente al ganado, y concretamente en la zona de la Alpujarra Almeriense, a la necesidad de elaborar aparejos para burros y mulos en los que se transportaba la uva de barco por los caminos más dificultosos.
Como si de un auténtico museo se tratase, Jose Simón, el único espartero que queda en activo -y posiblemente el último- en Canjáyar, aguarda en el interior de su casa algunas las incontables piezas de artesanía que ha elaborado con esparto a lo largo de toda su vida. “No podría decir cuantas piezas he hecho en total, es incalculable entre las que guardo conmigo y las que he regalado o vendido”, explica el espartero.
Mires donde mires, hay esparto. Maceteros, marcos de cuadros, alfombras, lámparas y un largo etcétera que van abriendo paso a una nueva colección de canastos, calabazas, y otras piezas que decoran el que se ha convertido en su taller. “Se puede hacer con esparto todo lo que te imagines”, apunta.
Algunas piezas llegan a tardar un mes entero de trabajo intensivo en terminarse. “Les voy dedicando un rato de vez en cuando y tengo varias cosas empezadas, tanto en mi casa como en el cortijo”. Otras, surgen de la necesidad o de un impulso creativo, “se les dedica más tiempo porque estás deseando de verlas acabadas”. Una de sus grandes obras, culminó la pasada Navidad, y se trata de una estrella gigante de esparto que cuenta con hasta 180 metros de estera cosida con sus propias manos. “Me llevaba muchas horas cosiendo porque estaba deseando verla finalizada para ponerla en el tejado y decorar la vivienda en estas fechas tan señaladas”.
Para elaborarlas, la clave es “tener paciencia”. José, prepara sus gavillas de esparto un día antes, sumergiendolas en agua durante horas para que el material se vuelva flexible y maleable. Dependiendo de la pieza y el punto a utilizar, lo machaca o lo deja en su estado original. Si se trata de una pleita -trenzado plano-, serán 21 días lo que pase en remojo para que se cueza antes de poder trabajarlo. Una vez listo, hay que “imaginársela”, es decir, empezar a tejer teniendo en mente que tipo de utensilio se va a realizar. Sin patrones, de memoria, así es como comienza a coser o tejer durante horas para, moviendo sus manos a una velocidad de vértigo, ir dando forma a la pieza que desea. “A veces no sigo haciendo más cosas porque no tengo espacio donde guardarlas y no quiero que caigan en manos de quien no sepa apreciarlas”.
Todas estas joyas que elabora, prefiere no venderlas, ya que considera que “nadie está dispuesto a pagar lo que realmente valen”. Por eso, opta por compartir su arte con quienes de verdad lo valoran, regalando a menudo algunas piezas a amigos y familiares, o directamente opta por conservarlas para él mismo.
José es consciente de que el esparto es un oficio que, lamentablemente, se está perdiendo. “Esto necesita mucha paciencia, tiempo, y te tiene que gustar mucho, pero a los jóvenes este tipo de entretenimiento les aburre”, lamenta. La gente busca la inmediatez y actividades que no requieran mucho tiempo, pero el esparto es sinónimo de muchas horas de trabajo y dedicación, unidas a un profundo amor por lo que se hace.
El único espartero de Canjáyar, de 37 años, empezó a trabajar esta fibra natural a sus 11 años gracias al buen saber de su tío abuelo ‘José el de Pura’, de quien aprendió casi todas las técnicas que hoy emplea para elaborar sus piezas únicas. “Siempre estaba con él, y al final acabé aprendiendo el oficio”, comenta orgulloso. Más tarde, José ha incorporado nuevas técnicas de otros esparteros, que le han ayudado a seguir perfeccionado sus habilidades y a convertirse en un auténtico maestro del oficio.
“El esparto me ha salvado la vida”, dice José a boca llena tras explicar que hace unos años fue diagnosticado una enfermedad ‘rara’ de carácter degenerativo que afecta a la médula espinal, y que le dejó en tan sólo dos meses sin poder caminar y con una importante pérdida de audición. En el esparto, ha encontrado su ‘vía de escape’, y una razón por la que seguir luchando. “Me ayuda a mantenerme ocupado y a no darle vueltas a la cabeza”, apunta.
Así, el último espartero de Canjáyar, continúa con su labor, no solo por entretenimiento, sino también por conservar un oficio ancestral que corre el riesgo de desaparecer y que tanto le ha aportado a lo largo de toda su vida. Recuerdos, superación y alegrías que se unen en sus piezas.
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