El desafío logístico de cargar en el Puerto de Almería 80.000 toneladas de yeso rumbo a Canadá

Exportaciones

En poco más de una semana, el Grupo López Guillén recepciona en las instalaciones portuarias una pila de este preciado mineral almeriense y lo estiba en un barco de clase Panamax

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Grupo López Guillén carga 80.000 toneladas de yeso en el barco 'Chloe'./Rafael González

El Chloe, un barco de dimensiones mastodónticas, va hundiendo segundo a segundo su línea de flotación. Miles de kilos de yeso que van cayendo en sus entrañas, a una velocidad endiablada, tienen la culpa. Gracias a la investigación constante de la ingeniería naval, todo está calculado hasta el milímetro y la embarcación va soltando agua de lastre para estabilizar su carga. Serán, al final, 80.000 toneladas de este preciado mineral almeriense los que transporte en sus tripas este megalodón de hierro, que impone por su robustez desde cualquier parte del Puerto de Almería desde el que se divise.

Se trata de una suerte de Titanic, pero vestido con traje de obrero en vez de con un esmoquin del siglo pasado. Ver cómo las cintas transportadoras de López Guillén lo van cargando impresiona, transmite esa sensación expresada por uno de los mozos de la embarcación de la White Star Line: “Ni Dios podría hundirlo”. Más allá de similitudes para comprender la envergadura de este mercante y el beneficio económico que representa para el Puerto de Almería, se trata de un barco de clase Panamax, diseñado para ajustarse a las dimensiones máximas permitidas para el tránsito por las antiguas esclusas del canal de Panamá. Esto son, 32 metros de manga, 225 de eslora y una capacidad de carga de 85.000 toneladas, aunque en esta ocasión se han cargado 80.000 por ser lo máximo que se puede descargar en Canadá, destino de la partida de yeso almeriense.

Carlos del Amo, director general del Grupo López Guilén

"Hoy por hoy, somos muy competitivos para las costas atlánticas de América y África”

Ahí es donde empieza el desafío del Grupo López Guillén, encargado de recepcionar, remontar, cargar y emitir toda la documentación para que la embarcación comience su periplo de siete días por el Atlántico, rumbo a las costas norteamericanas.

“Anualmente, el Grupo López Guillén carga en torno a las dos millones de toneladas de mineral de yeso. Hay tres tipos diferentes de barcos: los pequeños son de entre cinco y nueve mil toneladas, el habitual que es de 45 o 50 mil toneladas (tres o cuatro al mes) y una vez al mes, viene un Panamax”, precisamente estuvo en el Puerto la pasada semana de Feria: “Este barco va hacia Canadá y estamos viendo también la posibilidad de enviar a Brasil. El mercado que tiene Saint Gobain en Almería es básicamente toda la costa este de América y la oeste de África”, indica Carlos del Amo Martínez de Aguirre, director general del grupo almeriense.

Almería es una potencia exportadora de muchos materiales, además de productos agrícolas, por supuesto. En lo referente al yeso, el 70% del nacional se extrae de diferentes canteras explotadas en la geografía provincial por tener unos valores especiales y ser muy codiciado. En Canadá, por ejemplo, lo usan fundamentalmente para los paneles de yeso. Pero López Guillén también envía a Estados Unidos, Brasil, Nigeria... “El nuestro es un yeso excepcional, con un 99% de pureza, algo que lo hace valioso porque es difícil de conseguir. Además, tenemos unas reservas brutales. Nuestro competidor más importante es Marruecos, en su zona sur. Las comunicaciones no son tan buenas, pero el coste es pequeño. Hoy por hoy, somos competitivos en el Atlántico, pero para el Pacífico está México, ahí no llegaríamos por precio”, explica de forma didáctica Del Amo.

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Grupo López Guillén carga 80.000 toneladas de yeso en el barco 'Chloe'./Rafael González

Descarga y carga

Una flota de unos cien camiones, en una semana, traen el mineral desde las canteras de Tabernas y El Cigarrón (término municipal de Almería). A partir de ahí, las máquinas del Grupo López Guillén lo remontan y forman pilas, que van humedeciendo cada cierto tiempo para evitar que se propague el polvo. “Empezamos a recibir el yeso el pasado viernes y hoy [también viernes, concretamente el de Feria] hemos empezado a cargarlo en el barco. Aquí trabajamos las 24 horas del día en un intento de que al transportista le salga mejor el transporte: si consigue amortizar su camión las 24 horas, no lo tiene parado 12”, dice el director general, mientras enseña las enormes pilas, casi montañosas, dispuestas enfrente del barco en uno de los muelles del Puerto de Almería.

Una vez que los camiones han terminado su faena, comienza la de los tractores. Diez máquinas, dos por cada una de las cinco cintas que suben el mineral al Chloe, se afanan en coger descomunales palas, que subirán hacia la cubierta del barco e irán llenando sus compartimentos. “Cuando las 80.000 toneladas ya estaban dispuestas, colocamos nuestras cinco cintas cargadoras, de las cuatro de alta capacidad. Almería y Garrucha son los Puertos de España que cargan más a más velocidad de toda Europa y con unos rendimiento tan grandes. Y en barcos de gran calibre. A nosotros lo que nos para son los barcos, que tienen que tirar su agua de lastre”, apunta Del Amo, circunstancias que provoca que el barco vaya hundiendo milímetro a milímetro, de una forma casi imperceptible para el ojo humano, su línea de flotación.

Así durante dos días. Viernes y sábado, las cintas remontando hacia las tripas del Chloe miles y miles de kilos de yeso, que van cayendo como fruta madura. Si verlo desde abajo ya impresiona, desde arriba la sensación es la de un volcán que en vez de expulsar el magma, lo absorbe. El oficial jefe de la embarcación, Alexandros Karimalis, muestra los cinco enormes cráteres de la cubierta, por donde va cayendo una cascada de mineral. Sin parar, como una riada tras la gota fría, enormes piedras blanquecinas se van perdiendo en la oscuridad de unas entrañas que surcarán miles de kilómetros para ser tratados y convertidos en productos que satisfagan las necesidades del ser humano. La tripulación griega supervisa todos los niveles para que la carga se vaya distribuyendo y evitar así, que el barco se pueda escorar.

Espectacular imagen de la caída del yeso en los compartimentos del barco. / Rafael González

Riqueza para la ciudad

Más allá de la faraónica operación logística que en menos de una semana desarrolla el Grupo López Guillén, el volumen de una operación como ésta repercute en la economía almeriense. Son puestos de trabajo, además de oportunidad de demostrar a los cargadores, como Saint-Gobain, que desde Almería se pueden exportar grandes materiales de producto hacia otros puertos.

“No todos los puertos tienen la capacidad de recibir barcos como los que vienen aquí porque exigen mucho calado y muelle. Que el cargador disponga de esa posibilidad, es esencial porque crece su exportación. Para ir a Canadá, el flete es mucho más barato en un barco grande que pequeño”, desarrolla Eduardo López, haciendo también referencia en cómo repercute esto en las familias: “Son más puestos de trabajo como camiones, mineros, trabajadores del Puerto...”.

Eduardo López, administrador del Grupo López Guillén

"No todos los puertos tienen la capacidad de recibir barcos tan grandes como éstos”

Aquí es donde llega una de las reivindicaciones de todos los trabajadores del Puerto de Almería: la necesidad de un acceso director desde la A-7. “Cuando se haga, nos aumentará la capacidad de carga. Para que puedas crecer, tienes que evitar toda la problemática que causes a la ciudadanía. Con el acceso directo, la gente no se va a dar cuenta: va por la autovía el camión y accede directamente al Puerto”, dice el administrador del grupo almeriense.

Más de una hora después de subir a bordo, el mastodonte marino atracado en el Puerto de Almería sigue engullendo yeso sin parar. Como si no hubiera un mañana. Bueno, sí lo habrá. Precisamente lo que ese viernes era pasado mañana, el domingo de resaca tras la feria, el Grupo López Guillén emitió la documentación pertinente y quedaron firmados todos los papeles con el capitán del Chloe. Una vez terminada toda la operación y con un “good travel!” [”¡buen viaje!”] de por medio, el Panamax salió remolcado del Puerto de Almería. A una velocidad de 13 nudos, en siete días, el yeso de Almería arribaba a las costas canadienses.

Maria Palkawouki, oficial aprendiz del ‘Chloe’. / Rafael González

Tripulación griega: de Asia a América, parando en Almería

Como buen país mediterráneo, los griegos conservan esa tradición marinera que se pierden en la Antigua Grecia. Sabios, meticulosos, trabajadores y, sobre todo, hechos a la mar, muchos son los tripulantes helenos que surcan los mares sobre barcos de gigantescas dimensiones, uniendo los continentes.

Es el caso de la tripulación del Chloe, que la semana pasada tomaba tierra en el Puerto de Almería y estos días ya debe de andar por Canadá. Procedente del sudeste asiático, el barco surcó mares y océanos para que las 80.000 toneladas de yeso que López Guillén enviaba a Norteamérica estuvieran allí en tiempo y forma.

Medio año embarcados, en una enorme mole de hierro. Con las últimas tecnologías marítimas a su servicio, eso sí, lo que no quita que tengan que estar 24 horas alerta. Ya no hacen falta los prismáticos que se olvidaron los vigías del Titanic, pero a la mar siempre hay que tenerle un respeto reverencial.

El oficial jefe, Alexandros Karimalis, es un viejo lobo de mar. Alto, fornido, con barba, es muy agradable y explica a la perfección cómo funcionan las cosas en la cubierta del Chloe. En un inglés más fácil de entender que el que hablan los británicos de pura cepa, el marino muestra los cinco compartimentos donde las potentes cintas cargadoras de López Guillén depositan el yeso.

El oficial jefe, Alexandros Karimalis. / Rafael González

“Claro que echo de menos a mi familia. Hemos estado en la India, Pakistan, Arabia Saudí, ahora España y nos vamos a Canadá”, explica Karimalis, que como punto a favor destaca la buena cocina a bordo del barco: “Tenemos comida filipina muy buena, el rato del almuerzo lo pasamos muy bien todos los marinos, es nuestro momento de desconexión. Tenemos una tripulación muy buena”, dice mientras abre el paso al puente de mando.

Allí trabaja Maria Palkawouki, una joven aprendiz griega que tiene que cumplir doce meses de prácticas embarcada. “Me gusta mucho esta vida, quiero graduarme y trabajar en este tipo de barcos”, que se ríe cuando le cuestionan sobre si un mercante o un crucero: “Un barco turístico, no. Aquí la responsabilidad es importante y estoy aprendiendo mucho. Quiero seguir embarcada en un barco como éste”, dice risueña, también en un inglés inteligible, aunque algo más rápido que el de su oficial jefe.

Pero no todo son coordenadas y rosa de los vientos, Maria también saca tiempo para “cocinar, leer y dibujar”, algunas de sus pasiones, además de para visitar las ciudades. “En Almería no hemos podido bajar, nos hemos perdido la Feria, que nos han dicho que estáis”, finaliza Alexandros Karimalis, despidiéndose en la rampa del barco.

Riego de la pila de yeso, para que quede humedecida. / Rafael González

Protocolo para evitar la nube de polvo

Uno de los principales problemas de la exportación del mineral siempre ha sido la contaminación que produce el polvo. Aunque el que genera el yeso nada tiene que ver con el de sílice (el que genera silicosis), el Puerto de Almería cuenta con un riguroso protocolo de actuación, que evita que la ciudad se vea contaminada por el transporte y carga de diferentes minerales. “Hay que reconocerle a Trini Cabeo que estuvo muy preocupada por este tema y que marcó una pauta de protocolos. Es importante que haya pantallas, que atrapan el polvo y hace que no se vea. Además, hemos hecho un esfuerzo para la concienciación del trabajador para que no se salten los protocolos. Hasta la velocidad del conductor es la adecuada para que no levante más polvo del necesario o que no se metan por la ciudad. La Autoridad Portuaria ya instaló hace una serie de años unos medidores que captan las partículas en la berja del Puerto. En los últimos cuatro años no ha habido ni una sola superación por nuestra parte. Ha habido superaciones en días que no teníamos barco, que respondía a la calima, la polución...”, explicaba Eduardo López. Además de regar el mineral para que coja humedad, tener unas pantallas protectoras y lavar los camiones cuando descargan, el protocolo es muy claro en lo que al viento se refiere: “A partir de los 30 km/h. no se carga. Los policías portuarios controlan con anemómetros y nos avisan, además de que controlan la cantidad de polvo que hay en el ambiente”, insiste López.

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